XXV

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Últimamente no había logrado dormir de forma adecuada, pues mi cerebro no paraba de pensar en el asunto de las amenazas.

Pasé de ignorarlo deliberadamente a no poder pensar en otra cosa.

Contrastando con el hecho de que mi cabeza estaba revuelta por las notas de un asesino, con que mi familia estaba destrozada por la muerte de mi primo y con el luto en general que cargaba este pueblo desde el inicio del verano, yo me encontraba frente al espejo de mi habitación arreglándome para la fiesta de cumpleaños de Victoria Ryder, la cual tendría lugar en pocas horas.

Estaba recién salida del baño y, como costumbre mía, estaba desnuda mientras secaba mi cabello observando mi reflejo cuando de repente desvié la atención de mí para enfocar en el espejo a alguien que observaba mi cuerpo con ojos desorbitados totalmente estático desde la puerta mientras sujetaba la manija.

—¡Ian! —chillé, cubriéndome con la toalla que estaba sobre mi cama—. ¿Qué mierda haces ahí?

—Perdón, perdón, perdón —emitió, curbiendo sus ojos con ambas manos como si fuera un niño pequeño que había visto algo indebido mientras se volteaba para darme la espalda—. Es que tu abuela me dijo que ya estabas lista —se excusó.

—Pues no lo estoy, como ya viste —repliqué, ceñuda.

—Lo siento. Esperaré abajo —dijo, apenado.

—No te preocupes —lo detuve, envolviendo mi cuerpo con la toalla—. Ya puedes voltear.

Él hizo lo que le dije lentamente.

—También puedes abrir los ojos —aclaré, divertida ante su actitud. Parecía un niño pequeño.

—¿Estás segura de que no prefieres que te espere abajo? —cuestionó.

—Tranquilo, Ian. No serás el primero ni el último que me vea desnuda —respondí con una sonrisa coqueta mientras agarraba la ropa que usaría para dirigirme al baño.

—Supongo que la costumbre desinhibe —emitió con sarcasmo.

—Exacto. Además, cuando niños nos bañamos juntos muchas veces —le recordé desde el baño, poniéndome un vestido.

—No vas a comparar, ¿verdad? —replicó, escéptico—. Antes eras una tabla.

—Y ahora soy la chica más caliente que has visto en tu vida —rebatí mientras me dirigía a la cama para ponerme los zapatos mientras Ian permanecía recostado del ventanal de forma relajada.

—Y la más modesta también —refutó, sarcástico.

—Es la verdad, querido —opiné, guiñándole un ojo.

—Chica sin remedio —emitió, torciendo los ojos ante mi gesto.

***

Después de algunos minutos de viaje en auto llegamos a la casa de Victoria. Para ser un lugar en el que ocurriría una fiesta de adolescentes hormonales estaba bastante silenciosa.

—¿Habremos llegado muy pronto? —emití mientras bajábamos del auto. Ian se limitó a encogerse de hombros.

Esperamos unos pocos segundos después de tocar el timbre hasta que por fin nos abrieron la puerta.

—Ah, eres tú —gruñó Victoria al verme mientras torcía los ojos sin disimular siquiera el hecho de que no le agradaba verme allí—. Ian —emitió como forma de saludo para mi amigo, dándonos la espalda.

—Feliz cumpleaños, Victoria —dijo él.

—Feliz cumpleaños —dije yo al entrar—. Te traje un regalo —le informé, mostrándole la bolsa con el obsequio cuando nos encaró.

Relación Mortal |+18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora