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Casi había olvidado la maravillosa sensación del agua de la ducha recorriendo mi cuerpo mientras frotaba mi piel y enjuagaba mi cabello.

Llevaba días sin tomar una ducha y sin salir de aquella puta celda asquerosa, pero después de que Ian destrozara mi ropa me permitió salir. Incluso me ofreció una habitación, aunque si pensaba que encerrarme en un lugar más cómodo y limpio disimulaba el secuestro y el hecho de que era un maldito criminal, estaba muy equivocado.

Interrumpiendo mis pensamientos y mi sección de baño, apareció repentinamente Ian abriendo la cortina.

—¿Qué mierda quieres? —escupí, ceñuda, sin inmutarme por su enferma mirada escrutando todo mi cuerpo.

—¿Ya no te cubres? —preguntó, divertido—. ¿Ya te estás acostumbrando a mi mirada?

—Soy una puta que siempre anduvo felizmente desnuda —repliqué, cerrando el grifo de la ducha—. Un ridículo obseso no lo va a cambiar —añadí con una sonrisa forzada y él rodó los ojos.

—Te estoy preparando algo de comer —me informó—. Estaré en la cocina.

—¿No vas a darme ropa? —pregunté cuando tomó el picaporte para salir.

—Pensé que te gustaba andar desnuda —refutó, imitando mi sonrisa de antes y esta vez fue mi turno de torcer los ojos.

Idiota.

Finalmente desapareció, dándome mi espacio para secar mi cuerpo y mi cabello.

Ya que el muy enfermo no me dio ropa, tuve que pasearme desnuda y con el pelo ligeramente húmedo por toda la casa hasta llegar a la cocina donde él se encontraba preparando algo de comer. En el centro estaba la isla de la cocina con algunas sillas alrededor. Opté por tomar asiento en una de ellas, observando atentamente a Ian, quien me daba la espalda mientras se concentraba en lo que preparaba sobre la encimera.

—¿Qué lugar es este? —pregunté, apoyando mis codos sobre la isla después de tomar algunas uvas para comer mientras depositaba la mirada en su definida espalda desnuda. ¿Acaso no tenía camisas aquí?

—Horneé galletas —me informó, ignorando mi pregunta mientras colocaba una bandeja con galletas y otros aperitivos sobre la isla para que comiera.

—¿Son las galletas que hace tu madre? —pregunté con cierta nota de entusiasmo.

—Sí, receta secreta de la familia Hyde —dijo alegremente—. Sé que son tus favoritas... come —agregó.

Me quedé observándolo por un segundo y luego ambos tomamos una galleta para comer. Ian se veía tan relajado y distraído. El sabor de las galletas me remontó a mi infancia, a esos alegres momentos que compartí con el chico ante mí cuando éramos pequeños. Esa fue una etapa bella e inocente y, por un segundo, el Ian que estaba frente a mí hoy me pareció aquel pequeño tímido que tanto quería.

Mi mejor amigo...

—¿Marina? —llamó mi atención.

—¿Qué? —murmuré.

—Si no regresas a la realidad, me comeré todas tus galletas —su advertenvia me hizo sonreír. De pequeños siempre lo amenazaba con que me comería sus galletas.

—Estaba recordando aquellos días en que tu madre nos preparaba estas galletas. Nos reíamos tanto. Era divertido estar juntos. Teníamos una conexión especial... —comenté, nostálgica.

—Eran buenos tiempos —emitió Ian con el mismo aire de nostalgia y una leve sonrisa en el rostro.

—Ha pasado tanto tiempo...

Relación Mortal |+18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora