XXXI

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Después de presenciar otro de sus fríos asesinatos Ian me encerró nuevamente en esa maldita celda. Llevaba demasiado tiempo ahí y estaba comenzando a desesperarme.

La sensación de terror me carcomía mientras caminaba de un lado a otro a la espera de su regreso.

Probablemente estaba deshaciéndose del cadáver y cuando volviera estaría sumamente furioso.

Había dicho que nunca me haría daño físico... pero no podía creerle, era un asesino. La ira en el fondo de sus ojos evidenció que sus supuestos sentimientos no eran lo suficientemente sólidos como para perdonar mi desobediencia. Iba a desquitarse... y de la peor manera...

—¿Extrañaste tu celda? —lo escuché decir a mis espaldas, lo cual me hizo dar un respingo.

—¿Qué hiciste con su cuerpo? —exigí saber.

—Lo llevé a un lugar donde nunca lo encontrarán —respondió sin más.

—Ese hombre tal vez tenía familia, tal vez tenía hijos... y le disparaste sin ningún tipo de remordimiento —le reproché, asqueada.

—Digamos que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado —replicó con una sonrisa torcida—. Además, fue tu culpa. Te dije que te quedaras dentro. Si no hubieses salido, ese hombre ahora estaría en casa con su familia.

—¿Cómo puedes cometer crímenes tan atroces y culpar a los demás sin ningún tipo de culpabilidad? Eres un monstruo —mascullé.

—Eso era algo que ya sabías... —refutó con expresión sombría—, y aun así te atreviste a desobedecerme, ahora pagarás por ello...

—¿Y qué piensas hacer conmigo? —pregunté, agarrando los barrotes de la celda mientras sostenía su mirada, ceñuda.

—Te noto ansiosa —se burló, aproximándose a mi rostro—. ¿Tanto te gusta lo que te hago que ya no puedes esperar...?

Su expresión de suficiencia y regodeo me irritó tanto que escupí su cara.

—Maldito psicópata —gruñí con la mandíbula apretada.

Mi acción, lejos de enfadarlo, hizo que una sonrisa torcida se extendiera por su rostro para luego limpiar con el dorso de su mano su mejilla mientras miraba el suelo.

—Ya te he mostrado muchas veces de lo que soy capaz... pero parece que sigues sin saber quién manda aquí, así que ahora lo sentirás en carne propia —anunció, sombrío.

—¿Qué harás conmigo, Ian? —pregunté con una opresión en el pecho mientras él habría la celda en silencio, ignorando mi desesperación—. ¡Responde! —me exalté.

Mis exigencias provocaron que se enojara y sacara el arma de su bolsillo trasero para apuntar directo a mi cabeza, lo cual me hizo tragar con fuerza. Estaba furioso y me estaba apuntando. Esto no pintaba bien...

—¿Vas... a matarme...? —pregunté en voz baja.

Él ladeó la cabeza, analizando mi expresión mientras continuaba apuntándome a una distancia prudencial.

—¿Me tienes miedo? —dijo finalmente.

—Prometiste que no me lastimarías... —le recordé, ceñuda—. Supongo que la palabra de un asesino no vale nada... —sentencié.

Relación Mortal |+18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora