XXIX

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Mantener la cordura se tornaba difícil, (de hecho, casi imposible) cuando eras víctima de un encierro por parte de un psicópata que en cualquier momento podía rebanar tu cuerpo en trocitos y enviárselo a tu familia.

Habían pasado un par de días... o al menos eso creía... Ya no estaba segura de nada. Me había convertido en presa del pánico, la incertidumbre y la desesperación.

No sabía si era de día o de noche, pero sabía que las horas pasaban y que podría venir en cualquier momento a matarme.

Después de todo lo que me hizo presenciar no me quedaban dudas de que era capaz de cualquier cosa. Fue un error subestimarlo.

Desde el día que vi cómo le disparaban al chico tuvo "el detalle" de desatar mis manos, aunque aún mis muñecas estaban dolidas. Según él fue "la forma de compensarme".

Maldito enfermo asesino.

Esa ocasión me dejó demasiado asqueada e iracunda. Incluso me negué a comer o beber. Él, por su parte, me pidió que comiera. Su tono incluso fue algo... suplicante. Supongo que no quería que muriera tan pronto, pero ese deseo se fue a la mierda debido a uno de sus arranques de ira, el cual fue consecuencia de mis actitudes soberbias, ya que me costaba demasiado dejarme someter o humillar, pero mis insultos tuvieron consecuencias, puesto que cegado por la ira arrojó la bandeja contra la pared y gritó "si quieres comer, come del piso como la perra que eres".

La comida continuaba en el suelo mientras mi estómago rugía, pero no cedería. No me humillaría ante él.

Una parte de mí recordaba constantemente que era un asesino, que no debía provocarlo, que era mejor obedecer. Ese era mi lado temeroso y vulnerable y bueno, el del sentido común, ya que cualquiera reaccionaría así si lo secuestraran. Por otra parte, estaba mi lado habitual, ese que no se deja someter por ningún hombre, aunque este sea un asesino. A veces me costaba discernir a cuál debía escuchar, ya que lo que está en juego aquí es mi vida...

En medio de mi torbellino de pensamientos recordé nuevamente los eventos traumáticos de estos días.

Le disparó a Dylan...

Y eso solo fue el inicio...

—Supongo que después de eso te habrás dado cuenta de que subestimarme no es una opción —comentó, ladeando la cabeza con una expresión de evaluación.

—¿Qué pretendes? —gruñí, mirándolo con odio—. ¡¿Qué mierda quieres de mí?! —chillé, ante lo cual él se acercó peligrosamente a mi rostro.

—Que te arrepientas hasta el último de tus días de no haberme escuchado —susurró en mi oído.

—Eres un puto enfermo —sentencié, fulminándolo con la mirada.

—Tienes razón... Lo soy... —lo aceptó con su sonriente expresión de descaro—. Y una vez más... te lo voy a demostrar... —anunció, desapareciendo hacia la celda.

—¿Qué vas a hacer? ¡Dime! —grité cuando me dio la espalda, ignorando mi desesperación.

Mientras esperaba con impaciencia mi mirada recayó en el cadáver.

Dylan...

Incluso con la muerte inminente siguió queriéndome, a pesar de lo cruel que fui con él. Nunca lo amé, pero definitivamente no merecía una muerte así, ninguno la merecía.

Espero que, de alguna forma, logren descansar en paz.

—Camina, imbécil —escupió mi secuestrador.

—No me empujes —escuché gruñir a una voz conocida.

—¿Vas a hacerte el valiente ahora que está ella aquí? —preguntó el secuestrador armado, apuntándole a su nueva víctima, quien tenía sus muñecas atadas.

Relación Mortal |+18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora