CAP I

891 27 13
                                    

Kudo se despertó con el ruido del agua correr mientras Ran fregaba los platos, parecía haberse quedado dormido en el sofá después de comer. Había llegado bastante tarde la noche anterior después de otro caso intenso, así que se sentía agradecido y más descansado después de dormir un poco más.

Se rascó los ojos y bostezó antes de estirar cada músculo de su cuerpo. Tenía la boca un poco seca y los labios y ojos un poco hinchados, puede que esa siesta se le hubiese ido un poco de las manos.

Se tapó un poco más con la manta que su mujer le había dejado por encima y sus ojos se pararon en el cuadro de su boda que estaba colgado sobre la chimenea. Parecía mentira que ya hubiesen pasado ocho años desde que se había casado con Ran.

Tal y como todo su alrededor esperaba, se había vuelto un icono del país. Su vida laboral era intensa y estaba llena de adrenalina, pero la vida dentro de las puertas de su hogar, era tranquila y llena de amor.

"¿A dónde vas?" Le preguntó a Ran al ver que se preparaba para salir.

"Quiero comprar carne para el estofado de la cena. He quedado primero con Sonoko para tomar algo, así que tardaré un poco más en volver." Le explicó con una sonrisa suave mientras se acercaba a él para darle un corto beso antes de marcharse.

Casi se olvidaba que sus padres volvían a Tokio esa misma tarde. Le habían comentado varias veces por teléfono que planeaban volver a vivir a Tokio, pero no tenía claro si la cantidad de trabajo que tenían les permitiría venirse en ese momento.

Le gustaba su vida, al principio había sido difícil, pero con el paso de los años y la cantidad de casos que lo tenían demasiado ocupado para pensar en su pasado, había avanzado y olvidado prácticamente toda esa vida oscura que había vivido en su adolescencia. Casi todo, claro está.

Habían ciertas cosas y comportamientos de lo cuales no podía deshacerse. Se había vuelto un adicto al café y había perdido la habilidad de dormir más de cuatro horas seguidas. Cuando llegaba la noche, su mente se volvía vulnerable y aparecía la culpa que nunca acababa de abandonarle. Aún así, podía decir que la mayoría del tiempo estaba tranquilo al llevar la vida a la que siempre había querido llegar y era feliz con el simple echo de despertar al lado de su mujer.

Ding dong

"¡Voy!" Dijo levantándose del sofá perezosamente.

El pasado había vuelto a llamar a su puerta cuando él menos esperaba.

Notó cómo se le erizaba el bello en cada centímetro de piel de su cuerpo. Estaba ahí, parada delante de él, con la cabeza firme y la mirada clavada en la suya.

"Miyano."

Las manos le empezaron a sudar con su simple presencia.

"Hola, Kudo." Saludo con un tono neutro a la vez que la tensión se apoderó del alrededor. "¿Podemos hablar? Seré breve."

Él se quedó mirándola sin contestarle. Su pelo le llegaba hasta los hombros y su mirada era igual de intimidante , pero ya no era la chica de veinte años que había dejado atrás hacía ocho años, había madurado demasiado bien durante ese periodo de tiempo.

"¿Kudo?" Preguntó al ver que él no decía nada ni reaccionaba.

"Claro, pasa." Le invitó a entrar negando con la cabeza para volver en sí. Un cúmulo de emociones habían aparecido removiendo todo su interior. Casi no se atrevía a mirarle a la cara. "¿Cómo has estado?" Le preguntó invitándole a sentarse en su sofá. Los dos se sentían igual de incómodos y extraños. "¿Quieres un poco de té o café?"

"No quiero tomar nada, estoy bien." Dijo con un tono un poco seco.

Kudo asintió sentándose en el sillón de su lado esperando que empezase a hablar, no sabía cual era el motivo que le había echo llegar a su puerta, pero sus manos temblorosas, le decían lo nerviosa que se encontraba pese a que su rostro intentase mostrar indiferencia.

Cuando lo que nos separó nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora