CAP VI

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La campana que señalaba el fin de las clases, se escuchó desde la acera frente al colegio. Shiho apoyó la espalda en la pared, un poco apartada de todos los otros padres y madres que hacían un circulo al rededor de la entrada sin dejar de hablar. Los niños y niñas no tardaron en empezarar a salir como si hiciesen una carrera hacia los brazos de sus padres. Aya nunca era de las primeras en salir, se tomaba su tiempo en recoger sus cosas y salir con el paso tranquilo, pero sus labios se ensanchaban cuando veía a su madre esperándola todos los días con la misma sonrisa.

Shiho le dio la bolsa de su merienda después de que ella le entregase el pequeño lienzo que habían pintado en honor al día de las niñas. A Aya le gustaba mucho ese día con diferencia, casi tanto como el día de navidad. En Hokkaido, Shiho le había comprado una pequeña colección de muñecas para que pudiese montar su pequeño altar, era muy sencillo y pequeño, pero ni el piso ni la situación en a que vivían, eran de las mejores. La pequeña estaba un poco triste de no haber podido traerse su colección de muñecas a Tokio, así que la pelirroja le había preparado una sorpresa para ese día tan especial para ella.

"¿Te han puesto muchos deberes para el lunes?" Le preguntó mientras recorrían la calle.

"Poca cosa, ¿Vamos a casa del profesor?" Preguntó al ver que tomaban una dirección distinta a donde se encontraba su casa.

"Ajá." Le contestó guiñándole un ojo. "Puede que haya una sorpresa esperándote ahí."

Aya aceleró el paso a la vez que daba pequeños saltitos. "¿Una sorpresa? ¿Es un gatito?"

Shiho rodó los ojos a la vez que negaba con la cabeza. "Hemos hablado mil veces sobre eso, ya sabes que no podemos tener gatos en el apartamento, va contra las normas."

Aya hizo un puchero pero no redujo el paso. Y al llegar, atravesó la puerta de casa del profesor como una flecha cuando aún cuando Shiho no había ni cruzado el portal.

"Debería haber esperado a llegar para decírtelo, me has tenido casi corriendo todo el camino." Dijo su madre cerrando la puerta.

Se acercó al sofá donde Aya había encontrado con facilidad el paquete que ocupaba casi toda la mesa que tenía el profesor frente el televisor.

"¿Puedo abrirlo?" Preguntó impaciente.

"Claro, es todo tuyo." Le contestó sentándose al lado del profesor para llenar su taza de café que acababa de preparar.

Las muñecas que habian dentro de esa caja, no podían ser más bonitas para Aya. Eran algo más grandes y mucho más detallas que las que había dejado en Hokkaido, pero ambos juegos eran igual de perfectos para sus ojos. Recordaba lo mucho que había insistido a su madre cuando vio aquella pequeña colección en aquel rastrillo que encontraron de paso en una de las visitas de su tío Akai. Estaba segura de que estas iban a tener el mismo valor sentimental.   

"El abuelo también ha participado en la sorpresa." Comentó Shiho disfrutando del brillo que había aparecido en los ojos de la niña. "Te dije que nuestro apartamento era muy pequeño para buscar un buen sitio para poner el altar, así que el profesor ha preparado uno aquí para que puedas montarlo sin preocuparte de nada."

Aya salió corriendo hacia el gran altar que le habían preparado para no perder ni un minuto más en montarlo, apenas tardó unos parpadeos en tenerlo todo listo. Se conocía cada posición de memoria.

"Vaya, sí que ha quedado bonito con el dankake que has comprado." Le comentó el profesor a la pelirroja, admirado por el trabajo que había hecho. Ahora que Shiho y ella estaban ahí, le hacía ilusión poder tener la oportunidad de hacer esas cosas con ellas. Cuando Shiho era Haibara, no era una niña que tuviese mucha ilusión por esas cosas, pero con Aya, era todo muy distinto. Era verdad que se parecía demasiado a Shiho y que su carácter era bastante tímido y reservado, pero cuando algo le gustaba o le hacía ilusión, su cara resplandecía y la timidez se iba a otro plano a la vez que salía la niña que realmente era.

Cuando lo que nos separó nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora