Mírenlo, de pie tras nuestro muro

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No sabía si era la luz del sol que al reflejarse en el cristal de la ventana empañaba mi visión o las lágrimas que no cesaban de caer. Mi cuerpo comenzaba a convulsionar por los sollozos que como suspiros escapaban de mi ser.

Por segundos sentí que el alma salía de mí al contemplar la fría mirada de mi hija.

Me odia. Es el mudo pensamiento que corroe mi existir mientras mis fuerzas se desvanecen y un grito de dolor crece desde lo más hondo rompiendo como una estampida todo a su paso.

Soy culpable, pero este dolor de saber que pierdo a los que amo cálceme mi interior.

Mi vida se ve arropada por un manto oscuro que nubla cualquier posibilidad de salir impune de estos pecados que he mantenido callados durante tanto tiempo. Mismos que no podré pagar con mil años envuelta en la soledad que se avecina.

Busco entre los presentes una mirada que me devuelva un poco de paz, esa que desde la muerte de mi esposo desapareció. Siento el palpitar den mi corazón cuál caballo salvaje trotar por las ansias que ahora me inundan.

Recorro lenta y con desasosiego cada rincón de este lugar tratando de encontrar una salida a lo que ahora me espera: ser juzgada por aquellos que tanto amo y a los cuales he desilusionado con mi proceder.

– ¡Habla! –exige la reina sin notar que con sus palabras entierra aún más hondo la daga de la desesperanza en mi ser. Volteo a mirarla, mientras aprieto mis puños por la frustración de saberme en sus manos.

– Aún en estos momentos no es capaz de mostrar algo de piedad. –le respondo mientras mi vista se enfoca en esos ojos azules que tanto me recuerdan a Richard. Mismo que odié con todos mis fuerzas. Creo que por eso nunca pude verla con otro sentimiento que aquel que creció con el tiempo por los maltratos de su hijo.

– No seas cínica Eleonor. -bufó mostrando aquella sonrisa que siempre he detestado.– No me vengas con frases baratas, cuando sabes muy bien que estoy al tanto de todo que has hecho. –contraindicó ahora en tono molesto.

– Nunca estuve de acuerdo con tu matrimonio. -confesó y la verdad que no me sorprendió, eso era algo conocido por todos los rincones de Inglaterra. "La reina despreciaba la americana que engatusó al joven duque" era la comidilla del día siempre que alguien me veía. La mancha que llevaba sobre mí frene al ser extranjera.

– Sabía el tipo de mujer que eras y que no traerías nada bueno a la corona, pero Richard se empeñó y tú aceptaste feliz. –apuntó mostrando el grado de frustración que tenía en estos momentos.

–¿Feliz? –le preguntó sin espera a que responda.

– ¿Cree usted que acepté contenta el casarme con un hombre que me amenazó con desaparecer a mis padres? –doy dos pasos más cerca de ella mientras mi voz aumenta por la rabia que llevo dentro.

– Acepté casarme con su hijo porque mi familia hubiese padecido en carne propia el negarme. –limpió las lágrimas con mis manos mientras mi respiración se hace más fuerte.– No me dejó otra opción, así que créame cuando le digo que jamás me había interesado ser parte de este circo.

– Eres una insolente.

– ¿Por decir la verdad? –la sorprendo al contestarle en el mismo tono que ella me ha hablado.

¡Mírenlo, de pie tras nuestro muro,
espiando por las ventanas,
atisbando por las celosías!

Estoy cansada, no deseo seguir siendo humillada y menos pisoteada por esta mujer que se piensa tener a todos a sus pies.– Yo tendré muchos defectos, sin embargo, jamás le haría daño a alguien. –volteo la mirada a Terry, busco sus ojos, pero no lo consigo.

El secreto del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora