y me obligaron a cuidar las viñas;

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Una gota de sudor frío bajo por mí cien, haciendo que sintiera por primera vez algo más que la escasez de aire que surge en mi interior. Trato de ahogar lo que siento sin éxito alguno ya que sé que pagaré con creces todo lo que he hecho. No espero nada más que poder volver mirar a la cara a mis hijos sin sentir la tan pesada carga que llevo en mis hombros. Todo el ambiente es pesado, miro a mi alrededor y veo como la impaciencia por que de mi boca surjan las palabras que me acusarían de un pasado que había deseado olvidar y que ahora se convierte en mi inquisidor para separarme de las personas que realmente amo.

Había luchado por evitar pasar por este momento que vivo hoy. Sí que lo había hecho.

Pero como las aguas del río no se pueden detener con colocar las manos, así mismo, esto tenía que suceder. Quisiera haber evitado esto, quisiera salir corriendo y olvidar que hoy estos son mis jueces y que mi condena, por mucho que no la desee, será perderlos.

En mis inútiles intentos por lograr vivir aquella historia de amor de juventud, junto a hombre que ahora me ve sin piedad, hice cosas tan lamentables y muy vergonzosas. Cosas que hoy pasan cuenta y me cobran grandemente. Sé que debí parar y hablar cuando John me pidió, pero me llené de ambición, de orgullos y sobre todo de ignorancia, al creer que ser dueña de un titulo y conocida me daría la felicidad.

En mis delirios de grandeza y poder, creí tener todo en las manos, cuando vi en Margot la mujer perfecta para mi hijo, no dudé en querer usarla para evitar esto. Ella sería una aliada perfecta para cuando esto que ahora estoy viviendo surgiese, me ayudaría y defendería del odio inminente que mis acciones acarrearan por parte de mis hijos y de John.

Mi relación con mi ahijada pasó de ser de una ayuda idónea, a convertirme en una de chantaje por miedo a que ella sacara mi verdad a la luz.

Miedos a que mis secretos, turbios para unos, saliesen y todos me mirasen con repudio y odio. Que esta sociedad que tanto me vanagloria como la duquesa de Granchester, me mirara con odio y burla. No voy a negar que quise terminar cuando me di cuenta de lo nefasto que era poner mi felicidad antes que la de mi hijo. Pero ya era tarde.

Los paso de la reina hacen que vuelva a mí.

¿Qué decir? ¿Cómo comenzar con una historia cuyo final esta acabado antes de iniciar?

Ella se dirige al antiguo escritorio de mi difunto marido. Con todo el porte y la gracia que la caracteriza se sienta lentamente mientras su vista continua fija en mí. El bastón que por momentos le sirvió de apoyo, ahora descansa justo a su lado. Inmóvil, tanto o más que yo.

Eddia sacude su garganta y toma la mano de su novio para salir del estudio.

– Ustedes se quedan. –exige la reina en tono seco. Ella hace una pequeña venia y vuelve al asiento en que se encontraban anteriormente, sin discutir o preguntar. – ¿Entonces Eleonor vas a continuar o debemos esperar al que llegue el amanecer? –su pregunta me hace sobresaltar, nunca me gustó escuchar mi nombre en sus labios, era como si me sentenciara antes siquiera de ser juzgada.

Este era el momento que tanto había temido y había evitado llegar durante todos estos años. Los ojos de los seres que tanto amaba me miran tratando de escudriñar en lo más hondo de mi ser una respuesta que calmara lo que ahora acontecía en este lugar.

Parados allí cual verdugos preparan la horca para un criminal que ha de morir por sus pecados, me observan, no mueven ni el mas minúsculo músculo de su cuerpo, sin embargo se dentro de mis hijos, un huracán destroza todo a su paso.

«Este es mi fin», pienso mientras dejó que dos solitarias lágrimas acariciaran mis mejillas.

– Cuando tenia apenas unos 18 años de edad, me enamoré del mejor hombre del mundo. –tomé el valor que necesitaba para mirar fijamente a los ojos grises de John. El merecía saber qué para mí, si era importante. Que su amor fue lo que me mantuvo viva durante tanto tiempo– Nunca imaginé que se pudiera amar con el alma y que existiera algo más sublime que mirarse reflejado en los ojos del ser que tanto amas. –volteó mi mirada a mi hijo y sonrió tristemente.– Así cómo tu miras a tu esposa. –mis palabras no lograron ni una mueca en Terrence. Él sólo me miraba sin decir palabra alguna o hacer cualquier movimiento que me distrajese de aquel monologo que había comenzado.

El secreto del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora