Confesé mi pecado; no oculté mi maldad.

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El más grande de sus miedos se había hecho realidad, allí, tirada aún en el gélido suelo, veía como la mirada fría de quien había sido su suegra la observaba con todo el rencor que podía albergar su cuerpo.


La reina apretó sus dedos al rededor del bastón que llevaba consigo, tratando con ello de disminuir la frustración que le invadía en este momento.


Su nieto adorado, había sido víctima de las mentiras por la mujer que debió cuidarlo con su vida, era la causante de haber dañado su alma.


Caminó tres pasos hasta quedar delante de la mujer rubia. Siempre había sabido que no era la indicada para su hijo y hoy corrobora de primera mano que no se equivocó.


«Ella no es mi prioridad en estos momentos», pensó y entonces sin dudarlo con su mano derecha levanto la barbilla de Eleonor para que la mirara fijo a los ojos.


– Mi mejor venganza es ver como tu ambición te ha dejado con las manos vacías. –espetó mientras más lágrimas corrían por las mejillas de la rubia mujer.– Yo sé lo es perder un hijo y hoy has perdido dos.


Soltó el agarre que le tenía y se dirigió a la salida, dejándola aún peor. Eleonor esperaba lavar sus culpas con el castigo que le impondría la reina, no obstante, era aún peor lo que le había hecho.


Dejaba al destino, se ocupará de ella y sabía que este no le favorecería.


Bajó la vista sintiéndose derrotada. «¿Qué le quedaba? Ya nada valía la pena», pensó sin importarle quién más estuviese viéndola, debía salir de aquel lugar y no volver jamás.John, quien aún continuaba con su hija en brazos, la besó en la frente, sonrió levemente y entonces la soltó para ir junto a la mujer que aún amaba.


Elvia al ver el amor que su padre le profesaba a su madre en esos ojos que hablaban sin hacerlo, dejó que una leve sonrisa se asomará «y aunque no la perdonaría, por lo menos por un tiempo sentía que era justo que tuviese al hombre que había amado junto a ella.», pensó al verlo alejarse y dirigirse a su madre.


John caminó y hasta llegar a su lado, bajó a estar a su nivel, acarició su rubia cabellera como la brisa suave de verano.


Eleonor subió la mirada y al verse reflejada en sus luceros, lloró con más fuerzas; «Él debía odiarla en estos momentos como los demás.», pensaba, viendo los sollozos que continuaban saliendo de la mujer.


– Ven. –pidió el colocando sus brazos a su alrededor mientras la ayudaba a ponerse de pie.


– Perdóname John, te lo suplicó. –rogó de forma desesperada.– Yo he sido una tonta al no valorar el hombre que eres y todo lo que has sacrificado por mí. Estuve ciega por el poder y la avaricia que no me di cuenta de que te enredaba en mi estúpida telaraña de mentiras.


– Es momento de olvidar, Eleonor.


– Por favor te lo ruego, no me dejes. No me alejes de ti.


– Es tarde para nosotros. Hemos hecho mucho daño con nuestras mentiras. Nunca debí venir tras de ti y peor, aunque deshonraras tu matrimonio por mi culpa. –declaró mientras comenzaba a soltar su brazo para separarse y marcharse de aquel lugar donde tantos sueños quedaban sepultados en sus paredes.

El secreto del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora