Allí te daré mis amores.

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Era imposible no sentir que flotaba en el aire cuando sus manos me toca de esta forma; sus labios en los míos mientras se adueñaban de cada rincón de mi boca era simplemente tener el cielo en mis manos.  No recuerdo besos como este, no recuerdo caricias que me hicieran perder el sentido antes a las que hoy vivo.

Sólo puedo sentir que en sus manos mi alma vibra ante el olor de su perfume.  Escucho su respiración la cual se acompasa a la mía mientras entre beso y beso llama mi nombre.   – ¡Candy, mi Candy! –le oí decir y sé que no necesita de más palabras para declararme oficialmente suya, por que lo soy desde aquel momento en que nos vimos por primera vez.

Desde aquel día en que escribiendo su nombre en mi diario me di cuenta que lo amaba y hoy sólo confirmo que sigo amándolo con más fuerzas que antes.

¿Es que he vivido antes de este momento?

¿Existe algo más importante que este ahora?

No. No recuerdo nada más que este momento y el saber que de cada átomo de mi cuerpo él es el dueño.  Siento como mi alma vuelve a florecer, como las ganas de vivir aumentan y este deseo de querer estar junto a él por siempre se incrementa con cada segundo.

No ha existido nadie, ni existirá que pueda hacerme sentir como mi esposo me hace sentir. 

Mi esposo, mi dueño y mi todo. 

Suavemente deja mis labios y siento un vacío inmenso ante la falta de sus labios, abro los ojos para mirarlo y veo como me sonríe de lado. ¡Cómo tanto me gusta!  Amo a este hombre con todo mi ser y con todas las fuerzas con que se puede amar.

Sube su mano a mi rostro y me acaricia suavemente sin dejar de mirarme a los ojos.

Sus ojos tan azules como el mar.  Sólo quiero perderme en ellos... Miro su boca y saboreo el dulce que ha dejado en la mía.

Y tu paladar como el buen vino,

Que se entra a mi amado suavemente,

Y hace hablar los labios de los viejos.

Yo soy de mi amado,

Y conmigo tiene su contentamiento.

Ven, oh amado mío, salgamos al campo,

Moremos en las aldeas.

Levantémonos de mañana a las viñas;

Veamos si brotan las vides, si están en cierne,

Si han florecido los granados;

Allí te daré mis amores.

Las mandrágoras han dado olor,

Y a nuestras puertas hay toda suerte de dulces frutas,

Nuevas y añejas, que para ti, oh amado mío, he guardado.

– Están tocando a la puerta –dice en un susurro y vuelvo a sonrojarme.   Otra vez me he perdido en las sensaciones que crea en mí; debo trabajar en los trances que sus besos me provocan.  Sus besos.... Vuelvo por sólo un instante a recordarlos y muerdos mis labios para no brincarle nuevamente. 

Me estoy convirtiendo en una adicta a sus besos.  Pero si este es un mal, no quiero más cura que perderme en él.

Me toma de la mano y camina junto a mí al escritorio; se sienta a la orilla, me toma por la cintura colocándome entre sus piernas y me da vuelta para proceder a dar paso a quien nos ha interrumpido. 

El secreto del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora