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—¡¿Qué te pasa?! —refutó Darly, ladeando un tanto su cabeza hacia quien le había hablado

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—¡¿Qué te pasa?! —refutó Darly, ladeando un tanto su cabeza hacia quien le había hablado. Contuvo el impulso de volverse y tomó un momento para recuperar el aliento del susto que se había llevado—. ¿Es que vas por la vida asustando a las personas así?

Respiró profundo y se levantó, volteándose para darle por fin la cara a la persona. A continuación, se encogió del susto. Su boca se torció y sus cejas se elevaron.

—¿Colibríes...? —Darly los miraba con terror. Y no porque hubieran aparecido a su lado sin avisar, sino porque tenían el tamaño de águilas. Águilas grandes y fuertes. De esas que se lanzan en vuelo desde lo alto y atrapan a un pez saliendo del agua.

Los colibríes se miraron entre sí, incrédulos, mientras batían sus alas hasta ponerse delante de Darly. La chica notó que el movimiento no era tan veloz, pero igual creaba una gran brisa que le pegaba directo en el rostro. Eran cinco. Todos del mismo color negro y con el mismo gran tamaño.

—Parece que nunca hubiera visto a uno en su vida.

—No la culpes —dijo otro de voz femenina—, ya sabes que son extraños.

—¿Perdón? —intervino Darly, ladeando su cabeza en ofensa. Apenas les había conocido, ¿y ya estaban hablando mal de ella? No era un buen inicio para cinco animales que se encontraban en el cuerpo equivocado—. Puedo escuchar lo que dicen, ¿saben? Mejor comiencen por decir sus nombres.

Los colibríes no la escucharon y empezaron a sacudirse, moviéndose uno detrás del otro en círculos, y Darly no pudo evitar hacer una mueca de irritación. No entendía lo que estaban haciendo. ¿Un baile de apareamiento, quizás?

Puso los brazos en jarra y suspiró.

—Bueno, si no me lo van a decir, ¿al menos pueden decirme en dónde me encuentro?

Los colibríes siguieron girando, a excepción de uno que tenía la punta de la cola azul. Darly entonces notó que cada colibrí tenía la cola pintada de un color diferente y le pareció que así sería más fácil identificarlos.

El colibrí voló hasta ella y asintió.

—Te encuentras en donde debes estar. —Era el dueño de la voz que le había asustado mientras intentaba cargar al conejo.

Darly abrió más los ojos.

—Tú fuiste el que me hablaste al principio. —Le señaló—. ¿Por qué decías que debía tener miedo?

—Pudo haber sido algún animal salvaje. Algo que estuvo hambriento, buscando una presa...

Una mueca salió de los labios de Darly.

—¿Qué intentas decir?

El colibrí bajó su cabeza hacia la criatura, el extraño conejo con huecos y heridas, que aún seguía en el suelo.

Persuadida SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora