ǝ ʇ ǝ ı s ı ɔ ǝ ı p

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—¿Y has traído a alguien más aquí?

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—¿Y has traído a alguien más aquí?

Jack negó suavemente mientras la arena se escurría entre sus dedos.

—¿A quién podría traer si no hay más humanos?

—Ah, cierto.

Ambos observaron la larga y extensa línea de arena y mar rosa que se desplegaba a unos metros frente a ellos. El viento era salado y levantaba el cabello de Darly con furor. Ambos parecían salidos de un comercial de vacaciones de verano: Darly tenía un bikini que constaba de un top y una pequeña falda amarilla confeccionadas el día anterior con unas telas que encontró; y Jack llevaba una camiseta sin tirantes blanca con una bermuda café que le llegaba hasta las rodillas. Su corto pelo negro estaba algo despeinado, pero su piel blanca aún seguía intacta debido a los leves rayos del sol.

Era la primera visita de Darly dentro del cronograma. Ese día se había despertado lo más temprano que pudo y había preparado sus pertenencias desde antes que el sol saliera. Jack se había despertado un rato después, habían desayunado y luego había sacado una maleta con sus indispensables, asegurándose de que todo estuviera listo para partir.

Bee estaba consciente del cronograma, y aunque se había ofrecido a acompañar a Darly a cada uno de los siete sitios, se negó rotundamente cuando le dijeron la hora de salida.

«Absolutamente que no. ¿Con el frío que hace en las mañanas? Quiero ir contigo, Darly, pero no sé por qué Jack te está llevando tan temprano. Entiérralo en la arena o algo así. Recuerda llevar bloqueador. ¡Disfruten!».

Así que eran las siete de la mañana y los dos caminaban por la arena en silencio.

—¿Por qué se llama "La playa de los reflejos"? —preguntó Darly.

—Lo notarás mientras nos acerquemos más a la orilla del mar. Sé que te gustará.

Darly entrecerró los ojos e intentó observar qué habría más allá. ¿Vidrios? ¿Espejos? ¿Charcos que reflejaran el cielo? La curiosidad e intriga le provocó un dolor de estómago.

«Aquí no, Dios».

—¿Cómo son las playas allá en Bristol? —Jack le preguntó, cortando un poco la distancia entre ellos.

Apartando la vista de la arena, Darly alzó la mirada hasta encontrarse con su rostro. Sus facciones se veían delicadas por la luz.

—Normales, supongo. Arena, mar azul y pasto —respondió—. Pero solo pensar en ir es emocionante. Llegar y sentir de una vez el tufo a pescado y sal es casi como nostalgia. Que te ardan los pies en la arena caliente mientras escuchas el romper de las olas... Es todo muy tranquilizador. Hasta adictivo, diría yo.

Jack sonrió.

—Yo odio el pescado.

—¿Qué dices? —Ella lo miró con estupefacción—. ¡¿No te gusta el pescado?!

Persuadida SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora