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El tronido de la madera quemando en la chimenea creaba ecos que, junto a la moderada lluvia martilleando al otro lado de la ventana, producía la única fuente de ruido en la estancia

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El tronido de la madera quemando en la chimenea creaba ecos que, junto a la moderada lluvia martilleando al otro lado de la ventana, producía la única fuente de ruido en la estancia. Empezaba a hacer frío, pero la chimenea poco a poco calentaba, y Darly lo empezaba a sentir en los huesos.

Estaban en la sala de la casa de Jack. Había tres esponjosos sillones rojos puestos contra sí, y los animales se encontraban sentados sobre ellos, quietos y callados. Lenny era el único que, de vez en cuando, miraba a Darly y se echaba a reír, pero apenas ella le lanzaba una mirada, la Liebre se detenía y miraba hacia otro lado.

No se le hacía inusual ni extraño a Darly que en las paredes de la sala hubiera estantes colgados con diferentes tipos de sombreros, como muestra de las habilidades que tenía el muchacho al que pasara por allí. Al fin y al cabo, Jack era un sombrerero. Era de suponer que los confeccionaba, aunque no lo había escuchado hablar de eso todavía.

En la cocina, Jack se encontraba moviendo unos trastes. Había dicho que traería algo caliente para que el frío no los calara, así que Darly lo veía, a lo lejos, desde la esquina del sillón en donde estaba sentada. El muchacho echó un vistazo por encima a la sala, y cuando vio que Darly lo estaba mirando, le sonrió. Darly amagó una sonrisa y bajó la mirada hasta el suelo de madera bajo sus pies.

—¿Te gusta? —preguntó Bee, sentada al lado de Darly. Su cola se movía de un lado a otro. La chica la miró y arrugó las cejas—. ¿La casa? Es cómoda, ¿verdad?

Darly asintió.

El lugar, a pesar de verse solitario desde afuera, era bastante acogedor por dentro. El primer piso, que era lo único que había observado hasta ahora, portaba lo necesario: una pequeña sala, cocina, un baño principal y lo que Darly había considerado más interesante: una habitación cerca de la sala en donde, había dicho Jack, fabricaba sus sombreros. Estaba sellada con llave, pero afuera de ella colgaba un letrero, «Estudio de Jack», con un sombrero diminuto encima de adorno. Darly sabía que se veía algo oscura, aunque olía como a ropa guardada, a menta y a canela. Y aunque no había podido evitar notar que se veía torcida por fuera, por dentro su inclinación se sentía normal.

—¿Él vive solo aquí? —preguntó.

Bee negó con una sonrisa.

—Yo vivo aquí con él. Increíble, ¿no? Aunque esta es su casa más que la mía. Hay veces que me quedo fuera y otras, me la paso dentro. Pero es muy generoso. No tiene problema en que me quede todo el tiempo que quiera, y también se preocupa por alimentarme.

—Ah —respondió Darly, cruzando sus piernas, colocando su codo sobre una de ellas y sosteniendo su cabeza con su mano—, entonces eres como su mascota.

Las orejas de Bee cayeron para atrás. Su felicidad se esfumó de repente mientras clavaba sus ojos sobre los de Darly.

—Nunca digas esa palabra de nuevo. ¿De acuerdo?

Persuadida SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora