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La efusiva brisa de la tarde levantaba los cabellos de Darly sentada en el suelo del balcón de la cabaña

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La efusiva brisa de la tarde levantaba los cabellos de Darly sentada en el suelo del balcón de la cabaña.

Tenía una aguja en su mano, y la introducía y sacaba para volverla a introducir en un pedazo de tela blanca del tamaño de su brazo extendido. Jack le había prestado la aguja, hilo y una tijera, y ella había hallado la tela —que creía en un momento fue parte de un mantel— en una añeja cómoda que había encontrado en una esquina de la casa. Nada le resultaba más productivo que disponer su tiempo confeccionando algo de ropa mientras Jack intentaba recomponer al conejo extraño en su estudio, como un consultorio, o al menos eso era lo que ella creía que el muchacho quería hacer.

Había cortado lo más preciso que pudo un trozo rectangular de tela, luego de medir su torso con un pedazo de cuerda porque se le había olvidado preguntar por una cinta métrica, y cuatro tirantes largos que le servirían para amarrar el top en la parte de atrás. Sus habilidades para elaborar prendas no pasaban de hacer puntadas simples, pero tener algo con qué cubrirse era mejor que usar ropa prestada que no le quedaba.

Tras coser el último tirante en el extremo inferior derecho de la tela, sintió un pequeño golpe escocer contra la parte trasera de su cabeza.

—¿Qué carajos...?

—¡Tienes un cráneo bastante resistente! —Una voz eufórica y atropellada le llegó a los oídos. Ella rodó los ojos y continuó con lo suyo.

Lenny apareció en el balcón y se puso a dar saltos alrededor de Darly mientras tarareaba una canción que contenía solo dos frases repetitivas.

—No toques mi bellota —sentenció otra voz chillona y, seguido, apareció Polly entre pequeños pasos hasta agarrar el fruto entre sus manos. Una mueca de disgusto relució en su rostro al posar sus ojos en Darly.

Darly apretó los dientes y empuñó las manos en caso de que la Liebre se acercara más de lo debido y la ardilla le tirara la bellota de nuevo.

—¿Qué hacen aquí? La merienda terminó hace buenas horas.

—Jack nos llamó para darnos un mensaje —dijo la ardilla, encogiendo los hombros—. Y también nos mandó a darte esto. Dáselo, Lenny.

Lenny dejó de brincar y miró a la ardilla con estupefacción.

—¿Darle qué? —preguntó, aterrado, como si hubiera vagado por las nubes.

—¡Las pinturas, genio! ¿No las trajiste? —gritó la ardilla, amenazando con tirarle la bellota a él.

La Liebre salió corriendo hacia el piso de abajo, nerviosa, y Polly bufó. Se alejó de Darly entre gruñidos y se sentó en el suelo.

A todo esto, Darly solo se limitó a rascarse la nariz y seguir cosiendo.

Polly hizo un ruido con su garganta.

—¿Te gusta? —preguntó.

Darly se detuvo ante el cambio repentino de su actitud y al hecho de que era la segunda vez que le hacían esa misma pregunta.

Persuadida SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora