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Darly había pasado cuatro horas en la cabaña de Jack sin compañía alguna

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Darly había pasado cuatro horas en la cabaña de Jack sin compañía alguna.

Luego de haberse dormido en un sillón de la sala, pasó el tiempo comiendo y vagando por la casa. Se decidió en contar cada puerta y cada ventana, nombrar objetos que se veían singulares y avanzar con la confección de más ropa de estar para ella.

De modo que había usado sus improvisadas herramientas de siempre para coser, se había sentado en el suelo de la sala con la chimenea encendida y había intentado cantar algunas canciones para no sentir la ola de silencio devorarla. Darly no era fan de quedarse sola en un lugar desde aquel accidente en el sótano de su casa, que encima le había traído ese irritante miedo a la oscuridad, pero de ser estrictamente necesario, lo intentaba.

La noche era un susurro tranquilo alrededor de la cabaña. Todo estaba bien cerrado y nadie había llegado a llamar a la puerta.

Hasta que alguien lo hizo.

Un leve golpe hizo que ella respingara del terror. Expandió los ojos al notar que no eran toques de nudillos en la madera, sino un simple movimiento fugaz que había provocado un sonido.

—Por todas las mierdas habidas y por haber —bramó, respirando con aceleración—. Maldito lugar.

Se levantó y caminó indecisa hasta la ventana. Asomó su cabeza un poco, con el miedo rasgando su garganta, y vio que no había nada del otro lado. Exhaló el aire que llevaba contenido.

Quitó el cerrojo de la puerta y la entreabrió lo suficiente para observar lo que había frente a ella. Al no hallar algo interesante, se apresuró a cerrar, no sin antes bajar su mirada a la alfombra que reposaba en el suelo. Sus ojos se entornaron cuando observó lo que parecía ser un cuadrado celeste.

Darly extendió más la puerta y se encontró con un cuaderno tirado sobre la alfombra. Todo su rostro se arrugó de inmediato, pero decidió tomarlo sin rodeos y volver a cerrar.

Recelosa, tiró el objeto de inmediato al suelo y cruzó los brazos.

—¿Ahora qué? —Lo tanteó con su pie.

El cuaderno permaneció inerte, sin amenaza alguna. Ambas cubiertas estaban vacías: no había nombres ni figuras, solo un sólido celeste.

Se sentó en el suelo y lo abrió.

Nada. No había nada escrito. Las suaves hojas estaban vírgenes y no mostraban signos de haber sido manipuladas. Darly frunció los labios y pasó hasta el final. En medio de la contraportada y la última hoja apareció una pequeña pluma. Se separó un poco del cuaderno, sorprendida, y le pareció ver emanar un pequeño brillo de ella.

«¿Qué es esta cosa?».

Tomó la pluma y volvió hasta el inicio, escribiendo un «Hola». La tinta morada se impregnó en la hoja y relució un poco.

Persuadida SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora