s ı é s ı ʇ u ı ǝ ʌ

2.1K 129 5
                                    

La imagen de una ciudad en caos saludó el cuerpo del rey Antonne a través del ventanal que tenía frente a sí

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La imagen de una ciudad en caos saludó el cuerpo del rey Antonne a través del ventanal que tenía frente a sí.

Siempre creyó que la estética de su lugar de nacimiento era, en esencia, la más etérea de entre los cuatro reinos. Como la arquitectura del reino de Alpenglow se forjaba a partir de las sustancias proveídas por la tierra, el resultado de lo que constituía sus creencias y valores se transmitía a través de ecos visuales mediante sus construcciones talladas en variaciones de madera, piedra pulida y otros elementos, concluyendo en estructuras estilizadas y orgánicas que evocaban de forma pintoresca la raíz de su existencia y objetivo dentro del planeta.

En ese momento, sin embargo, el cuerpo de lo que siempre conoció se había convertido ahora en un impetuoso desastre. Era como si las extremidades estuvieran repartidas, los órganos y sistemas se hubieran rebelado, y el cerebro buscara su propia ruta.

Sintió sus labios temblar y le cayeron algunas lágrimas. Desenfocando la mirada, observó la miseria de su propio reflejo. No se había tomado el tiempo de bañarse ni cambiarse de ropa; usaba el pijama de la noche anterior, su rostro todavía estaba hinchado del sueño —y las lágrimas de la madrugada— y su pelo era una maraña de hebras. Si se había lavado el rostro y cepillado los dientes había sido un gran esfuerzo, cosa de la que sentía ahora carecer dentro de él. Se rehusaba, incluso, a comer, pero Iris lo obligaba. ¿Por qué lo hacía? No estaba seguro, ya que ella misma era la definición propia de una bomba de emociones. Estaba fuera de sí la mayor parte del tiempo, y cuando se le hablaba de la mínima cosa que pudiera alterarla, explotaba en frente de cualquiera a cualquier hora. Brusca, reacia, alterada, ofendía al que estuviera cerca de ella. Antonne sabía que ella tampoco comía, pero entre los dos se impulsaban a hacer las cosas básicas para seguir con vida, así que no estaban tan perdidos.

Miró sus propios ojos y el recuerdo del discurso le volvió a la memoria, y junto a él, una vergüenza singular. Desde aquel día, todas las noches se basaban en ello: pensar hasta tarde en las cosas que dijo y pudo haber cambiado para que no sucediera lo que sucedió. Se ponía en el papel de su fallecido padre y repetía palabras no dichas por él, que le funcionaban perfectamente en sus actos sobrepensativos, para recordarse que se había convertido en un fracaso de monarca y su reino estaba a punto de convertirse en nada.

Volvió a sentir las mismas ganas de vomitar, pero la voz de Iris hizo eco detrás de él:

—¿Entonces los muchachos acaban de comenzar? —preguntó la reina en la amplia estancia donde se encontraban.

Antonne fingió tallarse los ojos para secarse las lágrimas, respiró profundo y se volteó hacia ella.

Aquella era la Sala de Estar de la Familia Real: un amplio lugar, en el segundo piso del Edificio de la División Residencial, que se dividía en tres habitaciones para el descanso de sus miembros, conteniendo una un espacio para la lectura con libreros, mesas con sillas y sillones, otra que contenía suplementos para el entretenimiento como juegos de mesa, y la última que poseía un gran jacuzzi privado. No eran muy frecuentados por los reyes, pero en esos días ambos habían encontrado que estar ahí era mejor distracción que su propia habitación o la Sala del Trono. Los dos se hallaban en la sección de lectura, caracterizada por su tejado de dos vertientes, el gran candelabro que caía de él y las paredes de un tono beige que solían brillar con la luz del sol que entraba por los ventanales.

Persuadida SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora