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«Seguramente debe haber una llave o algo por el estilo

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«Seguramente debe haber una llave o algo por el estilo. No tengo idea. Tal vez esté escondida», pensó Darly, viendo de reojo cada una de las puertas en el gran salón.

Había caído en cuenta de que la estancia era tan geométrica como un círculo. La última vez que había visitado un lugar tan circular fue cuando se montó sobre una Rueda de la Fortuna en un parque de atracciones un año antes. La altura le mareó, y al bajar a tierra, vomitó en una esquina. Pero no le importó y volvió a montarse poco después.

Saber que la puerta por donde el Conejo desapareció estaba atascada no significaba algo extremadamente malo para ella. Estaba segura, o más bien, fielmente confiada en sí misma, que en algún lugar del salón habría algo que le ayudara a abrirla de vuelta. Una llave era lo más razonable, pero si no encontraba una, entonces cualquier objeto que le sirviera para tirar la puerta abajo le sería útil.

Darly buscó en el lugar más obvio del salón: la mesa, que se hallaba justo en el medio. Era alta, y tuvo que levantarse en puntillas para ver lo que había sobre ella. Una pequeña llave dorada, con suerte, descansaba sobre la madera lisa, esperando pacientemente a ser tomada.

Al tenerla entre sus manos, Darly corrió de nuevo hasta la puertita y se agachó para introducir la llave y abrirla. Cuando lo hizo, vio un bosque extenderse al otro lado, inmenso y colorido, pero una oleada de rabia le golpeó al estar consciente de que no podía pasar hasta allá, excepto extender su brazo, porque la puerta era demasiado pequeña como para que pudiera atravesarla.

—Bien. Genial. —Se levantó a regañadientes, entre suspiros, y la puerta se cerró detrás de ella. Puso la llave en la mesita otra vez y pensó entonces en cómo podría pasar al otro lado, si físicamente era imposible—. ¿Y si hay algo detrás de las otras puertas? Podría usar algo para romper la puertita.

Empezó por las más cercana a ella. Tocó la superficie de la madera y sintió leves grietas de arriba hasta abajo. Se preguntó cuánto tiempo tendría ese lugar de abandonado. «¿Meses, años... —pensó, curiosa—, décadas?». Se inclinó hacia la perilla, y con los dedos algo temblorosos, intentó girarla. Se llevó la sorpresa de que, sin embargo, la puerta se encontraba sellada, justo como la del Conejo.

Sin detenerse a lamentarse porque no tuviera acceso a lo que sea que hubiera detrás de la puerta, siguió intentando con el resto de las otras. Giraba perillas y halaba. Giraba perillas y halaba. Giraba perillas y halaba. Se sentó en el suelo luego de haber intentado con todas las puertas y observar cómo ninguna abría.

Fue entonces cuando, al levantarse nuevamente y observar la mesa, se percató de que había algo nuevo encima de ella que, ciertamente, no estaba allí antes: una diminuta botella apareció justo al lado de la llave, y Darly no pensó dos veces en acercarse y ver qué había en su interior. Al tomarla, se percató de que medía lo mismo que su mano y que de la tapadera colgaba una etiqueta con las palabras «BÉBEME» en ella.

Persuadida SalvaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora