El marinero y la sirena

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Donde Frank Castle es un marinero y Murdock una sirena. Les dije que había fantasía y alucinógenos en este acto, ¿verdad?

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La niebla se disipaba conforme la mañana en altamar se convertía en el mediodía, Frank luchaba contra la red infestada de peces para poder conservarlos en una tina de agua. El sol caía sin piedad sobre la ropa que le cubría todo el cuerpo; sus botas de hule se mantenían contra el suelo de la embarcación.

Desde el barco principal, a un par de leguas de distancia, un hombre le observaba con un catalejo. Él debía asegurarse de que todos estuviesen pescando, después de todo les pagaban por ello. Sin embargo, su preocupación siempre fue que Castle nunca aceptaba ir con un compañero para que le echara una mano con el arduo trabajo.

El pelinegro solía regresar a la embarcación madre con heridas en sus manos, entre mordidas de pescado y el cortar de sus escamas. Nunca hablaba en el camino de regreso al pueblo, solo cobraba su salario del día y se retiraba a donde fuera que viviese. Para alguien como él, no existían los días libres ni las noches de diversión; era como un fantasma en el pueblo y rumores se formaban alrededor de su reputación.

¿Ese extraño era un asesino? ¿Un demonio? Nadie lo sabía y, mientras él alejara a todos, nunca podría saberlo.

Sin embargo, Curtis lo vigilaba porque a veces los rumores eran verdad y podía presenciar frente a sus ojos el inicio de una leyenda. Aunque el problema es que eso solo podían ser rumores, como el mito que surgía en torno a la pequeña isla frente a ellos y sus zonas ocultas bajo el mar, aquél secreto que les había proveído tantos peces a la compañía.

Mientras tanto, Frank había decido tomar su descanso del mediodía. Sentado bajo el pequeño techo de su barco, obtenía su mochila y de ella obtenía un mallugado sándwich de queso. No era el mejor cocinando pero por lo menos podía saciar su hambre.

De entre las sombras que se formaban entre los corales del arrecife, notó algo moverse. Podía ser un tiburón, pero la experiencia le decía a Castle que era demasiado pequeño como para ser uno, aún así, algo grande como para ser un pez cualquiera.

Decidió ignorarlo y terminar su almuerzo, no le pagaban por curiosear y menos le daban el suficiente tiempo de descanso como para desperdiciarlo.

No le tomó mucho comenzar a escuchar un traqueteo, parecido a un chasquido de lengua, provenir de proa a estribor. Ese sonido húmedo y golpeado se convirtió en una nota aguda que, con el eco de las montañas rocosas que rodeaban el arrecife, se sostenía. Era una especie de cántico sobrenatural, no eran palabras, solo una onda que se esparcía por el aire hasta inundar los tímpanos del pelinegro.

Sin decir una palabra, Castle se puso de pie y caminó al borde de su barco para tratar de ver más allá de las rocas. Al ver que las mismas le bloqueaban la vista, decidió mover su barco.

Curtis le miró extrañado kilómetros atrás cuando notó que elevaba el ancla y procedía a acercarse más a la arrecife de coral.

"¿Qué estás haciendo, Castle?", le dijo el moreno por medio de un radio, "Si te acercas más, arruinarás el bote. Vuelve ahora."

"No puedo, creo que vi a alguien allá", replicó. "Podría estar herido".

Debajo de la cofa, el capitán de la nave observaba al vigía perder los estribos al maldecir.

"¿Hay algún problema?", le preguntó Russo a Hoyle.

"Es Castle", no dudó al replicar. "Dice que vio a alguien cerca de la isla".

ᑭᒪᗩY: One Shots FrattDonde viven las historias. Descúbrelo ahora