Él no se irá

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Donde ambos se aman con fuerza, pero las distintas metas en sus vidas los separan.

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A la primera semana del rompimiento.

Murdock rebuscaba entre su clóset la corbata que Foggy le había pedido específicamente usar. No sabía porqué el rubio pedía tanta exactitud, pero le perdonaba su exigencia porque comprendía lo estresante que es querer todo perfecto para la cena de compromiso que había organizado para Marci.

Entonces, entre el desorden en los cajones, se topó con aquella sudadera negra que no le pertenecía. Apretó la tela con todas sus fuerzas y reprimió cualquier intención de llorar.

Odiaba a Castle. Odiaba que se mentía a sí mismo porque en realidad lo amaba. Odiaba ser incapaz de aborrecerlo tanto como deseaba poder hacerlo.

Esa sudadera aún tenía su aroma, olía a aquél atardecer en las calles de Nueva York y a esa mancha de mostaza que dejó el pelinegro gracias a una banderilla. Aquella noche el frío se hizo presente y Castle le cedió su sudadera para protegerlo del helado clima. Con ella puesta, ambos se habían dado su primer beso a las afueras de su departamento con la promesa de salir una vez más.

Ahora le resultaba un recuerdo agridulce, con promesas cumplidas y miles más rotas entre mentiras y desacuerdos. Todo estaba roto y no había forma de que pudiese arreglarse.

Aún así, lo amaba más que a nada.

Al primer mes.

—¿En serio lo viste? —preguntó Karen cuando Matt entró hiperventilando a la oficina—. ¿Qué te dijo? ¿Está bien?

La rubia estaba preocupada, después de todo Castle también era su amigo, amistad que de la nada había desaparecido y llevaba un largo tiempo sin saber de su existencia.

—Sí, era él pero no entendí lo que me dijo —replicó Murdock tratando de calmarse—. Sé que no está bien, sé que necesita ayuda.

El pelirrojo lo había visto esa misma mañana, estaba fuera de su departamento hablando incoherencias. El aroma a sangre y pólvora había espantado a Matthew quien decidió rehusarse a escucharlo y prefirió huir pidiéndole que lo dejara en paz y no lo buscara más.

—Ese es el problema, Matt. No deja que nadie le ayude nunca.

Murdock se afligió con su respuesta, era verdad pero había algo en su corazón que le decía que Castle iba a terminar mal si no estaba para ayudarlo. No quería dejar al ex-marine a merced de su destino, destino previsto como una tragedia.

Pero tampoco quería dejarse a sí mismo de lado, no podía abandonar sus creencias ni su moralidad por él. Le pedía demasiado, más de lo que podía dar. Algo que él no era.

Matt le temía. Murdock se mentía porque sabía que debajo de esa faceta letal había solo un hombre roto que suplicaba ayuda. Temía no ser capaz de ayudarlo.

Aún así, lo amaba más que cualquier cosa.

Al primer año.

Daredevil escupía sangre en el concreto mientras peleaba por oportunidad contra Wilson Fisk. Ambos estaban bañados en la sangre del otro con heridas predominantes en el rostro.

El diablo de Hell's Kitchen pensaba en lo difícil que era ganarle a su oponente pero se negaba a pedir ayuda a algún colega Defensor. Los asuntos personales debían mantenerse personales.

Se lanzó en contra del Kingpin de la ciudad para el mano a mano que significaría la última pelea entre ellos.

Su valentía se vio recompensada con un golpe de Wilson en la mejilla que hizo a Daredevil trastabillar hacia atrás y caer sobre su espalda. Fisk se agachó a su lado y lo tomó del traje dispuesto a dejarle más de esos puñetazos.

Uno tras otro, la noción del espacio y tiempo de Murdock se desvanecía. Juraba que perdería la consciencia o la vida en cualquier momento, lo que pasase primero.

Con el sonido de un golpe seco, Fisk cayó inconsciente a su lado, develando detrás de él a aquella figura a contra luz. El aroma era reconocible, entre desodorante barato, madera y cuero. El Castigador había neutralizado al mafioso y le había salvado de una muerte brutal.

Murdock se dejó recostar en el pavimento de aquél callejón, podía sonreír a pesar de que su rostro estaba hinchado.

—Rojo... —escuchó la voz de Castle como un susurro lejano.

Sabía que era él, que aunque no estuvieran juntos de nuevo su amor era inmenso porque sí, lo amaba más que a nada.

Amaba que era incapaz de odiarlo, amaba que era incapaz de temerle, amaba que era incapaz de olvidarle. Y ese era el pacto entre dos almas, uno que no podía deshacerse, el hilo rojo en sus meñiques que los mantendría atados por toda la eternidad.

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Canción: He Won't Go

Artista: Adele

Fecha:  16 de Febrero

Palabras Clave: diría que toda esta joya.

Amo mucho esta canción y tienen 3000 kilogramos de suerte porque estuve a nada de convertirlo en la mierda más sad del mundo. Esperen versión alternativa a final del mes o cuando acabe los shots pendientes.

ᑭᒪᗩY: One Shots FrattDonde viven las historias. Descúbrelo ahora