Si no, Nunca lo Fue

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–¿Bueno?– preguntó una mujer al otro lado de la línea.

–Hola, mamá– habló Langa.

–Oh, cariño– respondió sorprendida –¿Qué tal? ¿Cómo estás?

–Yo estoy bien, supongo– se sirvió una taza de café.

–¿Si? Me alegro mucho.

–¿Tú qué tal estás?– tomó un sorbo –¿Sigues tomando tus medicamentos?

–Pues estaría mejor si cierta persona me visitara de vez en cuando– respondió –Y no te preocupes por mí. Ese es mi trabajo.

–Entiendo– tragó saliva.

–Ey, no te escucho bien ¿Estás en riesgo de reprobar otra vez?

–No, no es eso– pasó su mano por su cabello –Es solo que tuve una pelea con unos amigos. Eso es todo.

–Ya veo. Ánimo, seguro todo se arreglará rápido.

–No lo creo, dije cosas horribles.

–Entonces solo dales tiempo– respondió.

Se hizo un pequeño silencio. Langa procesaba cada palabra que salía de la boca de la mujer.

Su voz seguía siendo dulce y serena. Justo como la recordaba.

Debía admitir que sintió un poco de nostalgia después de escucharla por primera vez en dos años. A pesar de ser su madre, se distanciaron cuando el peli celeste se mudo. Cosa que aprovechó para evitar hablar con ella.

Apenas y le mandaba un mensaje en los días importantes.

Se sentía culpable, pero muy dentro de él siempre sintió que era la cosa correcta que hacer.

–Y dime, Langa ¿Ya conseguiste algún novio?– intentó sacar conversación.

–No, eso también lo arruiné– soltó un pesado suspiro.

–¿Qué sucedió?– preguntó con preocupación.

–No es importante– se sentó en la sala.

–¿Seguro?

–Tú tienes tus propios problemas ¿Qué clase de persona sería si también te bombardean con los míos?

–Mi hijo– rio –Langa, puedo aconsejarte si lo necesitas.

–Prefiero no.

–De acuerdo– soltó con tristeza –¿Estás solo? Tenías un compañero de cuarto ¿No?

–Sí, Kojiro. Pero él está en una fiesta ahora– dijo sin mucho interés –Aunque, incluso si él siguiera aquí, me seguiría sintiendo solo.

Otro silencio.

–¿Seguro que no quieres hablar de lo que está pasando? No me molestaría. Ya extrañaba escuchar tu voz– confesó. Pudo escuchar cómo se formaba un nudo en su garganta.

El peli celeste accedió de mala gana.

–Yo... Él... No sé, tal vez los dos somos culpables– habló –Verás, conocí a este chico, Reki y quedé encantado con su belleza.

–Oh ¿Entonces es lindo?

–Ni te imaginas, mamá. Tiene un cabello rojo bellísimo– sonrió sin darse cuenta –Y sus ojos son tan brillantes. Nunca había visto un rostro tan perfecto como el de él– volvió a la realidad –Nos hicimos amigos, pero conforme fui conociendo más, me di cuenta de que no era muy estable.

–¿A qué te refieres?

–Le daban ataques de ansiedad seguido y evitaba multitudes– explicó –Pero podía notar que intentaba cambiar y eso me hacía tan feliz. Incluso lo convencí de ir a terapia.

–¿Entonces cuál es el problema?

–Pasaron muchas cosas y peleamos. Yo pensé que si le daba un tiempo todo se arreglaría. Y podría decirse que así fue. Días después vino a mi apartamento y me besó– murmuró –Fue como si estuviera soñando. Él me dijo que me amaba ¡A mí! Y lo besé de nuevo y...

–¿Usaron condón?– lo interrumpió su madre.

–Sí, mamá, tranquila– giró los ojos –Yo creía que todo estaba arreglado. Estaba feliz, pero todo se arruinó cuando descubrí por qué vino– comenzó a llorar.

–¿Qué pasó? ¿Te sientes bien? ¿Qué te hizo?

–Él me dijo... Me di cuenta de que Reki– tragó saliva –Mamá ¿Por qué me dijiste eso?– soltó.

–¿Perdón?

–Cuando tenía trece, después de que papá murió ¿Por qué me dijiste eso?– masculló.

–Langa, no sé de qué hablas.

–Yo llegaba de la escuela, había sido un día horrible y solo quería llegar a casa a llorar y que me abrazaras. Cuando llegué, tú estabas en el comedor. Me acerqué a ti a buscar consuelo y te molestaste al ver mis lágrimas– su voz se quebraba más con cada palabra –Me gritaste por que creo te sentías culpable y creías que tú causabas mi miseria por alguna razón. Me encerré en mi cuarto el resto del día y tú subiste a verme durante la noche. Recuerdo que te sentaste en la orilla de la cama y acariciaste mi cabello. Te disculpaste y yo pensé que al fin tendría mi abrazo. Pero tú solo dijiste...

–Necesito que seas feliz– lo interrumpió entre lágrimas.

Langa asintió con lentitud –Necesito que seas feliz– repitió –Por que tú eres la única razón por la que sigo viva. Y si no sonríes, significa que fracasé como madre.

–Lo siento– susurró –Langa, yo no estaba bien en ese tiempo.

–Nunca lo estuviste después del accidente de papá– frunció el ceño.

–Mi vida, yo... Nunca fue mi intención reprimirte de esa manera. Estaba herida y te juro que lo último que quería era dañarte.

–Ya no importa, porque la historia se repite de nuevo. Otra vez soy la maldita razón de vivir de alguien– chilló –Ya estoy cansado de esta mierda ¡Solo quería un maldito abrazo!

El tercero fue el periodo más largo de silencio.

–Lo siento– masculló Langa –Yo no debí llamarte. Voy a colgar ahora.

–No– lo detuvo con rapidez –Cariño, llora. Por favor, sácalo todo. Déjame acompañarte, no estás solo.

–Perdón por dejarte sola en Canadá– soltó –Tenía mucho miedo de irme y que pasara algo malo.

–¿Entonces por qué nunca me llamaste? O al menos responder mis llamadas.

–Por qué tenía miedo de que fuera algún paramédico diciéndome que te quitaste la vida– confesó.

–Cariño, ya no te lamentes por eso. Ya pasó– buscó consolarlo –Estoy bien. Estoy yendo a terapia y tomando mis medicinas. Ya suelta todo ese rencor y empieza a ver por ti mismo.

–Alejé a Reki también.

–Langa, escúchame. No es tu obligación salvar a las personas. Y estás en todo el derecho de alejarte de una situación dañina. Y te prometo que algún día, ese chico se dará cuenta de lo que hiciste y te estará muy agradecido así como yo. Pero si lo amas, déjalo ir. Si regresa, es tuyo. Si no, nunca lo fue ¿Ok?

–Sí– masculló.

–Te amo, cariño, no lo olvides.

–Quiero un abrazo.

–Y te daría uno si estuviera ahí contigo.

El chico nunca sabría qué clase de ilusión había creado su cerebro, pero podía jurar que sintió los brazos de la mujer alrededor de él. Llenándolo de su calor.

La puerta del apartamento se abrió, revelando a un deprimido Kojiro.

–Oh, mi compañero llegó, debo irme, mamá.

–Está bien, pero, hijo, prométeme algo. Ven a visitarme en Navidad.

Esbozó una ligera sonrisa.

–Está bien, mamá.

Colgó.

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