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EMMA COLLINS

Después del incidente con el ascensor, los técnicos consiguen rescatarme a tiempo y sacarme de esas cuatro paredes claustrofóbicas.

En cuanto me sacan de ahí me encuentro con Chloe y los cuatro hombres, que se ven muy preocupados por mi.

—¿Estás bien?—me pregunta Chloe dándome un abrazo.

Asiento con la cabeza y mira hacia la izquierda y levanta una ceja, totalmente confundida.

—¿A dónde ibas? El baño estaba por allí.—me dice señalando una puerta a nuestra izquierda con el símbolo del género femenino.

—No lo había visto, por eso decidí coger el ascensor. A lo mejor estaba arriba.

Los hombres de antes se miran entre ellos.

—Si queréis os llevamos donde necesitéis ir.—dice Jacob—Nos ha dicho tu amiga que habéis venido en bus. ¿Estáis hospedadas en algún hotel?

—Sí. En el Trump International.

—Buena opción.—interviene Christian dedicándome una mirada deleitable.

Le sonrío tímidamente.

—Entonces que, ¿las llevamos?—pregunta Jacob sacando las llaves del coche de su bolsillo.

—Vamos a ello.

Nos guían hasta la salida y nos dirigimos al parking. Es de noche y apenas la luz de la farola alumbra el lugar. Y pensar que por dentro está totalmente iluminado y es un lujo. Mi padre se las ingenia muy bien para engañar a la gente.

Nos montamos en un Mercedes Benz de color gris que reluce más que el futuro de mucha gente. No puedo evitar sentir cierta desconfianza por estos hombres.

—Chloe, ¿por qué no llamas a Tom?

Me mira extrañada y logro ver como el que conduce, Jacob, nos mira por el retrovisor.

—No me lo va a coger, son casi las doce de la noche. A estas horas está ya más que dormido.

—¿Quién es Tom? Si no me entrometo, claro.—pregunta Christian.

—Su marido.—respondo yo lo más amable posible.

Ninguno dice nada y noto como Jacob acelera la velocidad. Después de unos veinte minutos finalmente llegamos a la puerta del hotel. Por un momento había temido por nuestras vidas. Pensaba que íbamos a acabar tiradas y violadas en un río.

—Bueno...—dice Jacob—Hemos llegado a vuestro destino.

—Muchas gracias por traernos.—les agradezco.

Aún sigo teniendo en la cabeza la imagen de mi padre después de tantos años sin verle. No he podido  evitar sentir náuseas al tenerle frente a mi.

Cuando hacemos el amago para bajarnos nos frenan con la pregunta del millón.

—¿Nos dais vuestro número?—pregunta Christian a tiempo.

—Mmm... Es que Chloe está casada. No es propio de una mujer que tiene marido ir dando el número a los demás.

—¿Y tú?

—Tiene novio. Es mi hermano, Alessandro. Tiene casi vuestra edad. ¿Treinta años tenéis no?—les pregunta en un tono burlón.

—Tenemos veintiocho.—aclara Christian.

—Bueno, lo mismo da. Buen retorno y que os vaya bien. ¡Adiós!

Nos bajamos del coche y nos metemos en el hotel rápidamente.

EL PROBLEMA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora