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EMMA COLLINS

Y aquí me encuentro. Nuevamente en mi casa, en Seattle, la famosa ciudad que muchas ciudades sueñan con ser.

Mi madre en cuanto ha vuelto a ver a Dylan se ha vuelto loca, no me lo ha dejado ni cinco minutos. Está muy contenta con su papel de abuela, desde que nació mi hijo tuvo un flechazo abuela-nieta con él. Gracias a Dios se la nota mejoría en su situación con la dependencia a las drogas, aunque después de lo que me dijeron Harold y Dominic ya no sé si confiar en las palabras y acciones de mi propia madre.

Mientras está preparando la comida, decido subir a mi habitación y recuerdos del pasado comienzan a rondar por mi mente. Aún me acuerdo de aquel día en el que Elton decidió allanar mi casa solo para hablar conmigo. Sigo queriendo saber qué hubiera pasado si mi madre nos hubiera pillado o le habría visto en mi armario oliendo mi ropa. Nada bueno, eso sin duda.

Hace mucho tiempo que no sé nada de mi vecino, Dylan. Lo peor es que mi hijo se llama como él. Me extraña que Elton aún no me haya recriminado eso, pero tiene tantos problemas que eso es secundario. Además, puedo llamar a mi hijo como quiera.

Decido desbloquear mi móvil y marcar el número de Bianca, hace mucho que no hablamos, exactamente desde la primera vez que volví a ver a Elton y se lo tuve que contar sin tardar.

—¿Emma Collins? ¿Ha bajado algún ángel a mi campus para hacer un milagro?

—Me da pena que el hecho de llamarte sea un milagro. Te he echado mucho de menos.—confieso melancólica.

—¿Qué tal todo por Dallas?

—¿Por Dallas? Ahora vivo en Nueva York, una historia muy larga de contar... Hasta que no te vea no podré contarte nada, es demasiado largo.

—No, no , no... No me puedes dejar así.

—Lo sé, en cuanto nos veamos te contaré todo.

—Al menos cuéntame qué tal tu vida como madre joven, me aburro mucho aquí, tengo ganas de que llegue ya el maldito viernes.

De pronto oigo el sonido de un mechero encendiéndose. ¿Bianca fuma?

—Muy bien, Dylan está perfecto y cada día más mayor, tiene ganas de ver a su tía.

—¿Por qué no te vienes este viernes a Inglaterra? Así desconectas un poco de esa vida tan tan tan aburrida.

—¿Estás loca? No puedo ir, he venido de visita a Seattle por mi madre y mi abuela. ¿Por qué no vienes tú?

—No hay nada que me retenga allí.

—¿Y yo qué?

—Tú no me retienes, ¿dónde estaría ahora sino?

Pongo los ojos en blanco. Bianca siempre tan cariñosa...

—Ven, por favor.—la suplico—Saldremos de fiesta todo lo que quieras.

—¿Donde yo quiera?

—Donde tú quieras.

—Pues mira, te seré sincera. Llevo unos meses ligándome a un chico que se llama Francesco, es italiano y está de intercambio en Seattle. Ha hecho grupo de amigos y todo y podríamos ir a alguna de sus fiestas, seguro que son mejores que las del idiota de Charles.

—Pero, ¿cuántos años tienen?

—Les sacamos dos años, pero créeme, son muy espabilados para la edad que tienen.

—Bueno, si eso hace que vengas... Aquí te espero.

—Ya veremos, te digo estos días. Tengo que dejarte, me voy al club de natación.

—Vale, cuídate.

—Igual, un beso.

Cuelgo el teléfono y lo dejo sobre la cama. Al bajar al salón nuevamente con mi madre me encuentro con mi abuela, que tiene en brazos a su bisnieto.

—¡Cariño! ¡Qué mayor estás! ¡Qué bien te sienta ser madre!—exclama emocionada.

—Muchas gracias abuela.—la doy un beso en la mejilla y me siento a su lado.

—Dylan es precioso, sin duda tiene tus ojos.

Esbozo una pequeña sonrisa.

—¿Y su padre? Ya tengo muchas ganas de conocerlo. Seguro que es encantador.

—Es que... Su padre... Esto...

Antes de que pueda responder mi madre actúa como salvavidas e interviene en la conversación.

—Mamá, ¿por qué no le dejas el niño a Emma y me ayudas con la salsa de tomate?

—Como siempre mi hija dando órdenes... Cría cuervos que te sacarán los ojos.

Me río y recibo a mi hijo en mis brazos. Decido ir a dar un paseo con él por las calles de Seattle mientras terminan de hacer la comida.

Nada más salir de casa contemplo la casa de Dylan en frente y su coche, del cual se baja al instante. No se baja solo, se baja con una joven.

Me quedo observándolo unos segundos y en cuanto me ve se queda petrificado. La chica a su lado frunce el ceño extrañada, seguramente no entienda qué está pasando. Dylan en mitad del silencio cruza la calle y viene donde mi.

—Emma... Cuánto tiempo, hacía mucho que...

—¿No nos veíamos?—termino la frase—Ya.

—¿Y este bebé tan guapo? ¿Has tenido un hermanito?

—Es mi hijo.—le aclaro.

En cuanto esas palabras salen de mi boca el tono de su piel pasa de un color carne a un blanco pálido.

—¿Q-qué? ¿Cuándo...?

—Hace unos meses.

—¿Y quién es el padre? ¿No será...?

—¿Elton? No.—niego con la cabeza—Es un chico que conocí en Dallas.

Se pone la mano en el pecho y suspira aliviado.

—Qué susto... Tener un hijo con ese impresentable sería un error.—decido no responder a lo que acaba de decir y en mitad del silencio se da la vuelta y mira a la chica de antes, de quien parece que se ha acordado ahora—Por cierto, ella es Olivia, mi novia. ¡Ven Oli, no seas tímida!

La chica se acerca unos pasos más y puedo así contemplar sus llamativos ojos azules y pelo castaño claro.

—Hola, soy Olivia, encantada.—se presenta.

—Emma.—me presento—Igualmente. Soy la vecina de tu chico.

—Sí, alguna vez me había hablado de ti, de que le partió la cara a tu ex, que está como una cabra.

¿Qué?

—Ah sí...—asiento con la cabeza y miro a Dylan-Se pegaron, sí... Bueno, tengo que irme, un gusto conocerte. Dylan.—me dirijo a él—Me alegro de verte.—lo miro seria tratando de que capte la indirecta.

Me parece que no ha cambiado. Sigue siendo la misma boca que tiene que callar.

EL PROBLEMA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora