Todo inicia por la entrada de Santiago Petrov a Sycorax, empresa de investigación científica dedicada a la anatomía de los representantes. Fundada por ONU en 1950.
ONU le pidió la ayuda de crear una solución a sus dolores provocados por sus territor...
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La dulce piedad es el símbolo de la verdadera grandeza.
Inhaló una gran cantidad de aire y trató de asimilar la situación en la que se hallaba para poder ayudarlo, aunque una parte de ella buscaba lanzarlo por la ventana o clavarle un pedazo de cristal en la espalda. Rodeó su cuerpo con sus brazos tratando de consolarlo dándole suaves palmadas. Realmente otra cosa no podía hacer, estaba inmovilizada por un sujeto que medía diez centímetros más que ella y era el doble de ancho.
Alicia no se sentía mal pues no lo conocía, si sentía un poco de pena, pero no olvidaba lo que le había hecho a Ucrania. Era un tipo severamente inestable, ¿Un día es agresivo y el otro melancólico? A juzgar por su poco conocimiento en psicología, eso no era normal en una persona equilibrada a nivel mental.
—A ver, vení. Vamos a mi oficina, ¿Te parece? —le habló Alicia, se notaba un poco incómoda ante la situación.
El contrario asintió sin despegar su cara del hombro de ella, pero sí se alejó lo suficiente para dejarla moverse. Algo que Alicia le agradeció inmensamente. Pasó su mano por debajo de su brazo para dejarlo recargar su cabeza sobre su hombro, no era mucho más alto que ella así que la posición le resultaba cómoda. Su altura era de 1,70cm por lo tanto él debía medir 1,80cm o un poco menos.
Caminó con él rumbo a su oficina de vuelta, algo que no quería ya que su objetivo en un principio era tomar aire, pero se encontró con otro problema ajeno a ella. Era como si todos los conflictos la buscaran sin hacer absolutamente nada.
Abrió la puerta de su oficina y cerró detrás de ella con un suave golpe dado por su pie. Pues no podía girarse por tener a una persona recargada sobre ella y que le abrazaba rodeándole por la espala y aprisionando su hombro izquierdo.
Caminó unos pocos pasos para indicarle que se sentara en el sofá al frente del escritorio. Él se despegó de ella y Alicia sintió un enorme alivio sobre su hombro. Caminó rodeando el escritorio y tomó asiento en su silla negra. Observó como el rostro triste y dolido de Lev sorbía por su nariz mientras intentaba secar sus lágrimas con su antebrazo. Ella apretó sus labios entre sí, incómoda. Se estiró sobre el escritorio y le tendió un pañuelo de tela que usaba para limpiar su teclado. Rusia lo tomó y limpió su nariz.
—¿Por qué lloras? —le preguntó Alicia.
No sabía qué decir o hacer, así que fue directamente al grano. Pronto la maravillosa actuación del contrario desapareció tan rápido como un calcetín en una lavandería.