25 | двадцать пять

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¿Si nos injurian, no debemos vengarnos?

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¿Si nos injurian, no debemos vengarnos?


 Habían pasado unas cinco horas desde que Alicia se mantenía secuestrada por aquellas personas, que ella identificó como Anarchy. Podía oír gritos, chillidos y golpes de todo tipo tras aquella puerta custodiada por un hombre de negro con una carabina bien sujetada.

Alicia sabía que el FBI y la ONU ya estaban enterados sobre la situación, y probablemente estaban buscándola. Sumado al hecho de haber tumbado por completo sus páginas y servidores.

Ella temía sobre cómo podía estar Bielorrusia y qué podrían llegar a hacerle. Oía golpes de todo tipo, desde puños a objetos.

Apresuró todo lo que pudo para poder acabar aquel hackeo que Anarchy le había pedido hacía el Banco, les entregó el acceso remoto de todas las cámaras, claves de todas las cuentas, cajas de seguridad y todo lo que había allí dentro.

Quería acabar rápido para salir de allí lo antes posible y dejaran en paz a Bielorrusia. No quería tardar un minuto más.

—Llévate a Bielorrusia. Ya no me sirve —le respondió y notó como uno de sus escoltas lo levantaba del suelo tomándolo desde su sudadera gris. Con torpeza logró colocarse sobre sus pies y lo empujaron en dirección a ella, quien lo atrapó en el aire antes de que fuese capaz de caer de nuevo—. Ah, y puedes hablar de esto con quien quieras. Me da absolutamente igual.

Alicia pasó su brazo por debajo del hombro de Bielorrusia, pues este era más alto que ella. Lo ayudó a caminar con lentitud hacia el exterior mientras los ojos de la azabache repasaban con suma cautela todo a su alrededor con el objetivo de no olvidarse absolutamente ningún detalle. Detrás de ella oía los pasos de una persona seguirle. Era aquel hombre que llevaba extorsionándole un buen rato. En su mano derecha empuñaba una pistola mientras una sonrisa cínica y perturbadora se instalaba detrás de la tela del pasamontaña, sus ojos azules inyectados en odio y morbosidad eran tan notorias como las gotas de agua.

Un hombre que custodiaba la puerta la abrió en silencio y ella salió al exterior, sintiendo como el viento frío chocaba contra su piel y cuerpo, helando por completo sus huesos. Siseó ante el frio que se estrelló contra su piel y continuó caminando hasta el auto de su chofer estacionado fuera, no recordaba mucho como se manejaba un auto. Pero algo sabía.

A través del oscuro callejón podía oír sus pisadas, las torpes de Bielorrusia y unas pisadas extra que le seguía del mismo modo que una sombra siniestra propia de satanás. Podía sentir la mirada frívola de aquel hombre clavada en su nuca, a tal punto que su cuello parecía quemar ante la incesante sensación de sentirse observada. Finalmente lograron salir del callejón, la calle estaba absolutamente desolada y no era capaz de saber qué hora era ni cuánto tiempo llevaba ahí dentro, sin embargo, parecía ser muy tarde.

V1RU5 D3TEC7EDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora