Capitulo 35.

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Tormentas placenteras.
(Parte dos)

Marena

Despierto completamente desorientada, y me toma unos segundos en recordar los hechos de la noche anterior. El agotamiento físico es innegable, pero mentalmente me encuentro más despierta que nunca. En total creo haber dormido unas cuatro horas, y ninguna de ellas fue seguida, ya que Alexander se encargo de ello. Lugo de que me follara por primera vez, tuvimos una ronda más y luego caí rendida y dormí, pero una hora más tarde, la boca de mi esposo entre mis piernas me despertó y me hizo venirme dos veces más. Luego de ese incidente, Alexander se fue a dormir, pero yo no pude hacerlo, así que después de dar vueltas en la cama, media hora más tarde, mi esposo de despertó dentro de mí, mientras lo cabalgaba hasta despertarlo.

A las seis de la mañana, luego de repetidos encuentros nocturnos, Alexander y yo caímos completamente rendidos y permitimos que el sueño nos tomara.

Actualmente me encontraba despierta, sin posibilidades de volver a dormir, por lo que decido levantarme silenciosamente y tomar una de las batas que cuelgan en el armario. Una vez cubierta, salgo de la habitación y desciendo hasta la cocina, prendo la cafetera y me preparo una muy necesaria taza de café.

Una vez terminada mi bebida, la tomo y camino hasta el gran ventanal, el cual da al jardín trasero, y observo pacíficamente la gruesa capa de nieve que cubre el suelo y los copos que caen. Se avecina una tormenta de nieve, y aparenta ser una grande, las nubes grises se apoderan del cielo y son una clara advertencia de lo que está por venir.

La caída es hipnótica y me lleva a momentos más sencillos en mi vida.

Es media noche, y el toque de queda comenzó hace horas, pero no podía perderme la caída de los primeros copos de invierno. De los pocos recuerdos que tengo de mí madre, la nieve era uno de los más imponentes. Recuerdo esas raras vacaciones, en las que mi padre nos llevaba a Val d'Isere, en Francia y mi madre me despertaba en el medio de la noche para desfrutar de la primera caída. Ella solía decir que lo más mágico del mundo. La sensación solo se asemejaba a la de experimentar un milagro; ver como el cielo se abría, y daba lugar a algo tan complejo y a la vez tan sencillo como la nieve.

Desde que ingrese en la Academia, cada día de invierno, revisaba el pronóstico y marcaba los días de nevada, esperaba pacientemente a que la noche llegara para poder escabullirme a través de las ventanas, adentrarme en el bosque y sentir ese milagro, el cual de alguna forma extraña, me hacía sentir cercana a mí madre.

Esta noche, se avecinaba una tormenta de nieve particularmente fuerte, y me encontraba más emocionada de lo normal. Las últimas semanas habían sido peculiarmente difíciles, mi padre no había llamado ni una sola vez, sabía que su quimioterapia había comenzado, y esperaba poder saber cómo se encontraba, pero el teléfono nunca sonó, un solo día recibí una llamada de Lucio y este me informo que mi padre estaba  bien, era tan típico de él esconder su debilidad; por otro lado, Mellea se encontraba demasiado ocupada con sus estudios y entrenamientos como para verse conmigo, estaba creciendo muy rápido y no me gustaba, y la cereza del postre, Alexander se encontraba aun más cretino de lo usual, esta semana se había asegurado de ser aun más intolerable.

Mi semana había sido un una muy silenciosa tortura, y necesitaba esta tormenta, necesitaba mi pequeño milagro.

Inhalo profundamente y siento el distintivo olor a petricor, este es más común para las lluvias, pero las tormentas de nieve también lo poseen.

Levanto la mirada al sentir un pequeño copo de nieve sobre mi nariz, y observo como el cielo se abre, dándole paso al milagro. Esta nevada no es delicada, no. El viento la acompaña y genera que todo a mí alrededor se mueva y parezca más violento.

Iluminame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora