Diez: La manzana oxidada

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Me miraba al espejo, no de frente, sino de espaldas, sosteniendo un espejo más pequeño entre mis manos y buscando el ángulo correcto dando vueltas de pocos grados hacia un lado y hacia el otro. El pantalón ya no me quedaba como antes, lo sentía más flojo de atrás, como si alguien me hubiera asaltado y robado las nalgas. Maldita sea, no puedo salir así, pensé. Rebusqué en el clóset, sabiendo que ya era tarde y que el tráfico iba a ser mortal. Gaetano estaba echado en mi cama viendo dibujos animados y se divertía como chancho en lodo, revolcándose y aventando mis cojines en el aire. No me daba ni pelota, sólo esquivaba mi silueta cada vez que yo pasaba desesperada por delante del televisor.

- Permiso, mami - me decía.

- Perdón, mi amor, es que mamá está apurada y no encuentra nada bueno para ponerse.

- Estás bonita - sin quitar la mirada de la pantalla.

Probablemente Gae me estaba enviando el mensaje correcto. No importaba lo que me pusiera, había grandes probabilidades de que Evan ni lo notara, que le diera igual si me ponía los pantalones grises roba nalgas o el vestido de flores. Pero a la que le importaba era a mí. Quería sentirme atractiva, quería salir por la puerta sintiéndome sexy, más por mí que por él. Necesitaba reencontrarme con ese aspecto de mujer que tenía olvidado y refundido en el último cajón del último closet de la última habitación de la casa. Le mandé un mensaje a Evan: Voy a llegar un poco tarde, pero salgo en unos minutos, con una carita feliz guiñando el ojo. Me respondió casi de inmediato con un ok a secas. Estaba demasiado nerviosa y emocionada a la vez como para angustiarme de nuevo por sus mensajes de dos letras.

Saqué mi esmalte de uñas favorito y le tuve que echar un chorrito de acetona para poder usarlo. Me pinté las uñas de las manos y los pies de rojo oscuro. El rojo siempre me pareció demasiado atrevido, pero el rojo café era perfecto. Lo contemplaba en contraste con mi piel y ese color me decía cosas. Cosas como: te ves estupenda Ariela, qué lindas manos tienes, ¿y esos pies de reina?. Cursilerías baratas, cosas que sólo te dice un esmalte de uñas. Me puse unos jean negros ajustados, un top blanco de tirantes y unas botas con taco. Me solté el pelo y lo cepillé poniendo la cabeza hacia abajo. Me despedí de Gae y se me colgó como un mono, abrazándome la cintura con sus piernecitas. Le prometí que le traería algo y me soltó tan rápido que le tuve que suplicar que me diera un beso. Kelly lo llevó de la mano e hicieron competencia a ver quién llegaba más rápido a la cama. Vaya tranquila señora Arielita, me dijo la muchacha sonriendo y dejando ver sus hoyuelos.

Me temblaban las piernas y el corazón. Yo no sé cómo hace la gente para separar los asuntos del cuerpo y del amor, para dividir el sexo de los sentimientos. Nunca he tenido uno de esos que llaman amigos con derechos, nunca he tenido un encuentro de una sóla noche, nunca he podido quitarme la ropa en frente de alguien que no amara o que al menos tuviera la intención de amar. No estoy segura si esto es una cualidad genuina o una limitación retrógrada, ¿qué piensas?

Me quité las botas para manejar más cómoda y puse la radio a volumen nivel retumbando el techo. Ese es mi momento, canto a toda voz, bailo sentada, hago contacto visual conmigo misma en el retrovisor; soy la estrella. Créeme, no hay nada mejor que pasarte los tres cuartos de hora en el tráfico de esta manera. Llegas feliz a tu destino y te rebota toda la mala onda de los conductores amargados. Me agarró un semáforo en rojo y le hice un mini show al que me quedó viendo al lado. No me importó, porque en cuestión de segundos no lo volvería a ver en mi vida, así que saqué lo mejor de mí y el hombre me imitó un poquito, sacando las manos del volante y moviéndolas haciendo puños frente a su rostro. Los dos nos reímos. Es contagiosa, la alegría. En el próximo semáforo hice lo mismo, pero el señor de barba rojiza y cara arrugada me lanzó una mirada con seriedad y rápidamente volvió a mirar al frente. Bueno, supongo que algunos son inmunes .

El amor en los tiempos del yogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora