Veintiuno: Divino paquete de porquería

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- Yo no te voy a extrañar, yo te estaré vigilando, porque extrañar no sirve de mucho... si no haces nada con esa emoción.

- ¿Y yo qué hago con todo esto? - me toqué el pecho y sollocé.

- Siéntelo, Ariela. Siéntelo hoy, mañana y toda esta semana. Y después déjalo ir, con la seguridad que nos separa espacio y nada más que eso.

- El espacio es justo lo que me está matando, Walter - abracé a mi maestro.

- Vas a estar bien - me sacudió apretándome los brazos con afecto - no me voy para siempre.

- Un año es casi para siempre.

- No seas dramática, Ariela - se rió mostrándome los hoyuelos profundos de su rostro y lo extrañé aún antes de que se hubiera ido.

- Ya ves, ni siquiera te has subido a ese avión y ya estoy desaprendiendo todo lo que me has enseñado. ¡No te puedes ir! - me reí pero hablaba en serio, me sentía tan dependiente de él.

- De eso se trata exactamente. De que te olvides de todo y ahora lo hagas por ti misma - me abrazó una vez más y me dio esas palmadas pesadas sobre el tope de mi cabeza. Esas palmadas que convierten a tu maestro en esa especie de padre que nunca quieres dejar.

- No dejes de contestar mis mensajes. ¡Prométemelo! - le supliqué.

- Te contestaré dos veces por semana - agarró sus maletas y asintió con la cabeza varias veces, dándome valor.

Esa noche Walter se iba a India por un año. Se iba para estar cerca de su maestro que ahora estaba un poco enfermo. Volvía a ese templo que no había pisado en años y que algún día yo quería conocer a su lado. Abrazó a Gonzalo y a Clara al mismo tiempo, juntando sus cabezas y despeinándolos. Se despidió de otros cinco alumnos del grupo que igualmente habían venido a despedirlo. Todos lloramos y cuando alzó la mano para decir adiós, Walter también dejó caer una lágrima. Una lágrima que me hizo sentir que yo era parte de su corazón. Que todo lo que como alumnos habíamos recibido, él también atesoraba nuestra existencia sedienta de consejo y guía.

A los pocos minutos llegó un mensaje a mi teléfono.

Walter:

Sigue yendo a Agni., todos los viernes y sábados. Y si puedes más. Medita, canta los mantras, haz tu práctica, pero sobre todo Ariela, vuelve a sonreír aunque no todo vaya bien. Confía, te lo he dicho mil veces. Tú vas a estar bien.

Apreté el aparato contra mi pecho y luego tecleé: Tú también vas a estar bien Walter.

Clara y nuestros demás compañeros hicieron una fila para comprar helados artesanales en una nueva cafetería que habían abierto en el aeropuerto y yo me quedé sentada con Gonzalo en esas filas interminables de sillas grises incómodas, frente a pantallas que pasan comedia y números de vuelo.

- ¿Ya me has perdonado, enana? - Gonzalo me tocó la cabeza con la palma de la mano.

- El trato era quedarnos solteros hasta los 40 y después vivir juntos en Bali, adoptando gatos callejeros y comiendo sólo frutas - respondí torciendo la boca,

- Malogré el plan.

- Sí - lo hinqué con el codo y los dos sonreímos.

- Tú tampoco lo estabas cumpliendo tan bien ¿ no? Digo, por lo de Sham.

- Mmmm - apreté los párpados y no quise emitir palabras.

- Me gusta Clara... mucho - suspiró casi derritiéndose.

- Ya sé, pavo - pasé mi brazo alrededor de su cuello y planté un beso sonoro en su mejilla.

Que divino paquete de porquería esto de las relaciones. En un lugar secreto de mi mente quería envejecer horneando queques de frutas secas para mis vecinos y viendo novelas de amor mejicanas para llenar el vacío de mi corazón. Pero en mi presente, aún deseaba algo más, todavía podía creer que estar "sola" era la última opción de mi lista.

¿Qué línea tenue divide la amistad del amor? ¿Cómo estar segura de que ese par que parece perfecto para ti, no sea simplemente el reflejo de la necesidad de estar de a dos? ¿Cuál es la diferencia entre amor y atracción, afecto y deseo? Porque finalmente si el sexo es mediocre, ¿por cuánto tiempo toleras a esa persona antes de convertirla mentalmente en un compromiso obligado y de cadena perpetua? O un estorbo del que no sabes cómo deshacerte porque le tienes cierto afecto.

Ya en casa, me acosté boca arriba y me quedé dormida pensando en todo esto, en Evan, en Sham, en Gonzalo y Clara. En Walter camino a India, en mí sin Walter, en Agni y la clase de Maharaj de la mañana siguiente. Me despertó un peso extraño en el pecho, un cosquilleo en la lengua y un nudo ajustándose en mi garganta. El aire se hizo denso y me senté de golpe. Tomé bocanadas de aire, suspirando al exhalar. La inquietud iba en aumento y me fue imposible quedarme en la cama. Camine de ida y vuelta por el pasillo buscando encontrar algo que aliviara mi ansiedad. Miré el reloj. Eran las tres de la mañana. Le envié un mensaje a Walter esperando que la diferencia horaria se pusiera de mi lado, pero no hubo respuesta.

Abrí la ventana e intenté calmarme percibiendo la temperatura del aire en mi rostro. Cerré los ojos y presté atención en cómo el aire entraba lentamente por mis fosas nasales. Ya va a pasar, me dije en voz baja, ya va a pasar. Las ventanas son siempre un umbral entre la calma y la angustia, pero sólo si te asomas con la convicción suficiente. Cuando el peso en mi pecho empezaba a disminuir, mi celular vibró y me abalancé sobre él como a un salvavidas, pero no era Walter. Evan me había enviado una foto con un pequeño texto acompañándola. En la imagen aparecía una guitarra sobre sus muslos, y una hoja cuadriculada con varios tachones que tenía escrito arriba en letras más grandes: Ariela. En el texto escrito se leía:

Te he escrito una canción.

El amor en los tiempos del yogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora