Veinte: El café de alguien más

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- Perdóname - me dijo Clara al teléfono.

- Pero te acabo de dejar en tu casa, ¿qué has podido hacer en cinco minutos? - reclamé parando en el semáforo.

- Lo sabrás en unos minutos...¿ya estás llegando a tu casa?

- ¿Has incendiado mi edificio, o qué? - me reí.

- Algo parecido - sonó nerviosa.

La gracia se me quitó de un golpe cuando vi a Evan parado en la puerta de mi edificio con una flor en la mano. Sí, una flor. No un ramo, una sóla rosa roja, como si se la hubiera robado de un jardín. Los revoloteos de amor en el estómago eran ahora burbujas de rabia deseando estallar.

- Traidora - corté la llamada, bajé el vidrio y apoyé el antebrazo fuera del auto.

Evan notó mi llegada y se acercó dubitativo pero con la cabeza en alto. Cuando estaba a cinco metros de distancia, mi pecho empezó a agitarse y mis manos a temblar. Detesté la reacción química de mi cuerpo y sacudí la cabeza intentando librarme de ese entorpecimiento.

- Pensé que habíamos quedado en que no me conoces - alcé una ceja.

- ¿De verdad no me vas a dar ni la oportunidad para explicarte? - apoyó las manos en el borde de la ventanilla del carro y agachó la cabeza.

- ¿Quién es él, mami? - interrumpió Gaetano - maldita sea, había olvidado que mi hijo estaba ahí atrás semi-dormido después del buen trecho de 8 horas.

- No es nadie, hijito, es decir, un amigo... que me cae muy mal - susurré esa última parte y le saqué la lengua.

Gae pintó una media sonrisa y asintió abriendo bien los ojos. Sabía que se identificaría con ese concepto porque él tenía un compañerito del colegio que nunca seguía las reglas del juego y se divertía quitándole las cosas a los otros niños aprovechando que era mucho más alto y a Gae, efectivamente, le caía muy mal. En este caso, era verdad, Evan no había seguido las reglas del juego y me había quitado el derecho de decidir lo que yo quería o no quería para mi vida. Quizá no tenía idea de qué tipo de relación buscaba en este momento de mi vida, pero si algo quedó en claro era que no me gustaba compartir pareja. Salir con alguien que se acuesta con otras personas es como tomarte el café a medias que encuentras sobre la mesa de un restaurante.

Le alcancé mi teléfono a Gae con el Youtube abierto y él aceptó inmediatamente. Bajé del carro y me alejé unos pasos.

- Explícame entonces - crucé los brazos.

- He terminado con Zoe. Desde ese día que la viste en mi departamento. Le dije que quería intentar una relación seria contigo y que ya no podíamos seguir viéndonos.

- ¿Y qué quieres que te diga? ¿Gracias? Llega un poco tarde tu decisión, Evan.

- Siempre todo tiene que ser blanco o negro para ti, tienes que tener el control de todo porque sino...

- Sí, exacto. Tiene que ser así, porque es mi vida, es mi cuerpo. No puedes ser tan fresco de venir aquí a mi casa a decirme que soy una controladora y pretender que con eso volvamos a estar juntos.

- Ya sé que soy un idiota, nunca sé decir lo apropiado... pero estoy acá porque me importas, porque estoy seguro que no quiero perderte.

- Tarde, Evan... yo, yo... ya estoy con alguien más... y a diferencia de ti, no pienso engañarlo.

- ¿Quién es?

- No lo conoces y no es asunto tuyo. Ya puedes llamar a Zoe e invitarla a revolcarse ahí en el marco de tu ventana, pero esta vez ya no voy a ir a ver esa misma peliculita porque tengo mejores cosas que hacer. Ya me voy, Evan y por favor no te aparezcas en mi casa otra vez que no quiero que Gaetano te vea por acá.

¿Estás segura de lo que me estás diciendo? - Evan me agarró del brazo y me atrajo hacia él.

Mis piernas temblaron al sentir su olor cerca otra vez. Mi voz se cortó y se ató ese nudo en mi garganta que no me dejaba respirar profundo. Miré a Gaetano desde ese ángulo y vi sus ojos clavados en la pantallita.

- Suéltame - le dije débil, suplicándole un beso.

- Si te suelto me corro el riesgo de que no quieras volver a verme - pasó la otra mano por detrás de mi espalda y logró quebrar mi ego.

- Eres de lo peor... y yo soy campeona en escoger patanes - dije bajito, soltando la tensión de mis hombros.

- No soy ningún patán, Ariela. Sólo...sólo pensé que ya tenía mi vida planeada y de pronto apareces tú y cambias todo. He salido con Zoe desde hace 2 años y todo caía en equilibrio perfecto. Cada uno podía salir con quien quiera sin ninguna expectativa. La paz mental de todo eso ya no está, Ariela. Saber que existes y que no estamos juntos me está matando.

Sus ojos se enrojecieron y miró al suelo. Casi le estaba creyendo, casi me estaba ganando el deseo de tirarme a sus brazos y decirle que yo también estaba enamorada de él. Casi... hasta que dio un paso adelante y me pegó a su cuerpo. Dio un paso al lado para ubicarse tras de un árbol cercano, llevándome atada a él, en puntas de pie y me besó con cuidado. Me besó la comisura de los labios y el mentón. Me besó los labios con la ternura que escondía en sus ojos y que pocas veces mostraba. Respiró el aire que exhalé y sentí sus manos subir por mi espalda. Era tan natural ser suya, nuestros cuerpos encajaban, nuestros labios se adoraban.

- Basta - lo alejé de golpe.

- Te estoy pidiendo que volvamos a estar juntos. Sólo tú y yo, como querías.

- No, Evan. No me has pedido eso. Me estás pidiendo que entienda que eres un pendejo empedernido y que te perdone por ser tú mismo. Si de verdad te importa así - le mostré el mínimo espacio entre mi pulgar y mi índice - así un poquito, vete y déjame en paz.

Evan pestañeó varias veces, dio la vuelta alrededor del árbol y dejó la rosa sobre el capó de mi auto. Un impulso subió por mi columna deseando gritarle que lo quería, que no se fuera, pero apreté los labios, cogí la rosa y subí al auto. Nunca me demoré tanto en estacionarme como esa mañana. Mis manos no respondían y mis cálculos de espacio y distancia sólo podían pensar en Evan alejándose cada vez más de mí.

El amor en los tiempos del yogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora