Nueve: Odorama

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Fue la primera vez que entré a Agni. En el aire había un olor a sándalo similar al del centro donde le pasaron el huevo a Gae, pero con notas de cúrcuma y comida recién hecha. Dejamos nuestros zapatos en la entrada y nos recibió una chica delgadita de pelo alborotado vestida con un sari blanco con detalles verde claro.

- ¿Se quedan al prasadam? - sonrió asintiendo con la cabeza.

- No, no, no te preocupes - le contestó Walter escondiendo el rostro bajo su brazo para toser y luego juntando ambas manos en posición de oración - no he avisado a la madre Tulsi, sólo vinimos a comprar unas cosas en la tienda.


La chica insistió dos veces más con argumentos tan dulces que decirle que no era casi una crueldad. Walter cedió y le dijo que haríamos las compras en la tienda y luego pasaríamos al jardín. A ella le pareció perfecto y se fue. En el pasillo dio dos giros de bailarina y un pequeño saltito y su voz bajita marcó una melodía en palabras sánscritas que me erizaron los poros del cuerpo entero.

- ¿Qué es prasadam? - susurré al oído de Walter mientras pasábamos la mirada y las manos por la variedad de frascos de cápsulas y polvos disponibles en el mostrador.

- Son alimentos ofrecidos a Krishna. En ningún lugar de Lima comerás tan bien como se come aquí. Vegetariano, ayurvédico, rico y ofrecido.


La casa tenía techos altísimos decorados con molduras elaboradas. Hasta dónde se podía ver, todas las paredes eran blancas a excepción de las tres paredes que enmarcaban la zona de la tienda, que eran de un amarillo pálido. Los productos estaban acomodados con esmero, las etiquetas apuntaban hacia el frente y el espacio entre cada frasco parecía medido con regla. Walter escogió lo suyo y yo me llevé una mezcla de especias que se podía añadir directamente a las comidas. "Para equilibrio de Vata dosha", decía la etiqueta. Me llamó la atención una figura de yeso color bronce de unos 40 centímetros. Ya había visto la imagen muchas veces en estampitas y en polos, pero nunca una estatua a la venta. Tenía cabeza de elefante, cuerpo humano y cuatro brazos. Pasé los dedos sobre sus pies perfectamente tallados y me sentí cómoda y aliviada, como cuando llegas a casa después de un largo viaje.

- Le gustan mucho los dulces - dijo la voz cantarina de la chica del sari y el pelo alborotado y le colocó al frente un platito minúsculo de color plata, con una pequeña flor roja y una bolita de dulce color miel.

- ¿Se llama Ganesh, verdad?

- Sí, el removedor de los obstáculos. No es casualidad que estés aquí mirándolo... en algo te querrá ayudar - hizo silencio para encender una barrita de incienso, agitarla y luego dibujar círculos en el aire delante de la estatua, para finalmente dejarla humear en una bandejita de madera a un lado.


La chica dijo en voz más alta que ya estaba servido el prasadam, como para que todos los que estábamos allí escucháramos. Una vibración me distrajo. Apoyé el bolso en el suelo y tuve que sumergir el brazo hasta el codo para encontrar mi teléfono. Era Evan, sentí náuseas. Me dijo que había leído mi mensaje, pero que él no era mucho de chatear. Así lo dijo, chatear, como dudando de estar usando la palabra correcta. Fingí la naturalidad de quien no ha percibido el paso del tiempo y le dije que sí cuando me invitó a vernos de nuevo esa misma noche. Me despedí diciendo un beso y él cortó sin decir nada. No sabía si sentirme emocionada o asqueada. Tal vez eran sólo mis inseguridades, impidiéndome disfrutar de lo bonito que supone la ilusión del amor y esas pavadas que le hacen a uno sonreír y flotar entre nubecitas por alguien que ni siquiera conoces bien. Tenía derecho ¿no? ¿por qué no? Sonreí y me levanté del suelo con un brinco y un suspiro sincronizados. Había olvidado por un instante dónde estaba y que Walter y la señorita de la caja también estaban allí. El amor, el amor, dijo Walter apoyando la mano en mi hombro.

El amor en los tiempos del yogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora