Diecinueve: Kit de supervivencia

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- Prométeme que vas a tener cuidado.

- Sí, sí, no voy a hablar con extraños - bromeé.

- Graciosita, te hablo en serio - me lanzó una mirada desde lo alto cruzando los brazos.

- Ay Sham, no va a pasar nada. Tengo Waze, una tonelada de plátanos y paltas y un USB con más de 500 canciones, para cuando no capte la radio.

- ¿Esa es tu idea de un kit de supervivencia?

- Sí - dije con la sonrisa abierta.

Nos dimos un beso en los labios y me abrazó con la ternura que siempre lo hacía. Mis ojos se humedecieron y mi mentón tembló, pero tenía que hacerlo.

- Sham - dije sin despegar mi rostro de su pecho - no puedo hacer esto.

- ¿Viajar?

- No. Esto, lo nuestro - cerré los ojos.

- No te he pedido que hagas nada.

- Sí, ya sé y agradezco tu paciencia, pero... necesito estar sola - abrí los ojos esperando su reacción.

- Ya lo veía venir - asintió dando un paso atrás.

- Discul...

- No te disculpes - me interrumpió - no has hecho nada malo. Por ahí que soy yo el que se equivocó. Me parece bien que lo digas, porque para ser sincero no me interesa ser tu amigo. Yo no soy Gonzalo. Me gustas, me encantas y quiero todo contigo pero no me vengas con esa vaina de que seamos amigos. Que no hayamos tenido sexo no quiere decir que seamos amigos que se dan besos, significa que me importas y estoy esperando a que estés lista, como un idiota, o como un caballero... es lo mismo.

- No es lo mismo - lo quise abrazar.

- Esto es lo que uno se lleva cuando intenta hacer las cosas bien.

- No te enojes conmigo, Sham - quise llorar y tapé mi rostro con las manos.

Hubo un silencio frío y al fondo aún sonaba el armonio en manos de alguien que practicaba las mismas notas de forma repetitiva.

- Estoy molesto porque te quiero.

- Perdóname.

- No pidas perdón por decir lo que sientes - se pasó la mano por el pelo y apoyó la espalda en el marco de la puerta.

- ¿Todavía te puedo llamar desde allá? - rosé su brazo con un dedo.

- Claro que puedes. Puedo decir cualquier cosa, pero los dos sabemos que apenas abras la boca para decir mi nombre voy a estar ahí como un perro.

- Un perro muy guapo - le di un empujoncito y elevó media sonrisa.

- Pensé que dijiste que tengo cara de loco - me tendió una mano y me volvió a mirar como antes.

- Y a mí los locos me gustan mucho - me reí y estiré los dedos para tocar los suyos.

Tiró de mi mano con fuerza y me pegó a su pecho, rodeó mi cintura con un brazo que sin esfuerzo ocupaba todo el contorno de mi cuerpo y con la mano izquierda acarició mi rostro con suavidad. Sus dedos ásperos recorrieron mis labios y mi cuello y se escondieron entre mi pelo. Me dio un beso lento que perdió inocencia cuando me sentí atrapada en la fuerza de sus brazos y un cosquilleo subió por mi espalda hasta mi nuca. Me alzó girando el cuerpo hacia un lado y mis pies se separaron del suelo. Emití un chillido que lo hizo reír y me depositó de nuevo en el piso, liberándome de su abrazo. Me quedé viéndolo, con los labios separados y con un pestañeo confundido. Me lanzó su mirada gris por última vez, dio media vuelta y se alejó por el pasillo cantando en voz alta, un mantra que yo había escuchado varias veces pero que todavía no descifraba las palabras. Su voz era ronca pero afinada y se golpeaba el pecho para marcar el ritmo. Sham era justo el hombre que yo hubiera querido para mí, llegando en el momento menos oportuno.

El amor en los tiempos del yogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora