Ocho: La tos, el mensaje y el ascensor

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Detesto las tiendas por departamentos pero el asunto tenía que ser solucionado ASAP, en vocablo gringo de Clara. Cuanto antes, ¡ya, pero ya! El área de lencería quedaba al fondo y a la izquierda, supongo que estratégicamente ubicado en ese rinconcito, para que las más pudorosas como yo pudieran escoger sus prendas y pagarlas allí mismo. Era un caos en equilibrio, un ecosistema de tangas, bikinis, calzones con faja, sostenes de encaje, con push up, con relleno, sin relleno. Bastante enredada estaba mi vida como para pensar en cosas como esta, pero allí estaba. La primera opción que me presentó Clara fue un push up lila con encaje verde mar que parecía el sostén de La Sirenita, armando conjunto con un hilo dental al borde de la invisibilidad.

- Te depilas entera, por favor Ariela, ya sabes que si no lo haces será la excusa perfecta para que te vuelvas a escapar.

- ¡No fue una excusa!

- Obvio que sí. La mejor manera de evitar que pase es ir sin depilarte y con ropa interior fea.

- Te juro que no lo hice a propósito, de verdad pensé que el plan era sólo una cena y un té.

- Un té, un té... ¡un te doy vuelta! ja, ja.

- ¡Clara! ¿Por qué eres así?

- Porque así me amas y lo sé. Y ya, vete a probar estos - me dijo, empujándome en dirección al probador de cortinas de terciopelo.


Nos llevamos un conjunto negro que para mí decía dignidad, delicadeza y sobriedad con una pizca de picardía.

Me había pasado la semana esperando saber de Evan, ¿Y crees que me mandó un pobre mensaje? ¿Un hola, cómo estás? ¿Un te amo, esto fue amor a primera vista y me encantó tu sostén percudido? Percudido tenía yo el ánimo. Andaba turbia, con el pensamiento nublado de autocrítica y pesimismo. Era una pésima idea salir con alguien nuevo tan pronto, eso no tenía pinta de acabar bien. Era de esperarse, esto es lo que esperaba de mí misma. Escoger mal, ser demasiado ingenua y acabar exactamente igual que ahora, sola, ansiosa e infeliz, pero con seis canas más, porque hasta el momento sólo tenía dos.

Esa semana congelé mi inscripción a las clases de Yoga. No estaba de ánimo para la mirada criticona de las simonas. Bastaba con la que me daba yo misma cada vez que veía mi reflejo. Además, Simón estaba de novio con una mujer guapísima y se la pasaba mostrando los selfies que se tomaban en la Bioferia comprando frutas y comiendo empanadas de soya, en el parque Loma Amarilla haciendo caminatas, en el Centro de Terapias haciéndose un masaje. Quería odiarlos pero no podía. La verdad hacían buena pareja y se les notaba ridículamente enamorados. Pegaban las caritas, ella tocaba su pecho y los ojos de Simón tenían pintada una capa de rosa tibio, rosa de amor congénito, ese que brilla en los que parecen haber nacido para estar juntos. Decidí cerrar esa cajita de ilusión y abrir el baúl de dudas y confusión que había traído Evan a mi vida.

Además de retirarme de mi club de simonas y de pasármela mirando la pantalla del celular como si le rezara a un santo, me dediqué a pasar tiempo con mi maestro: Walter. Él me calmaba. Siempre tenía las palabras precisas y aún parecía quererme a pesar de conocer los aspectos más vergonzosos de mi personalidad.

- A mí nada me sorprende, Ariela. Tu sabes que mis alumnos me cuentan cosas todo el tiempo. Te aseguro que lo que tu crees que es locura, es normal.

- ¿Es normal morirme de miedo de quedarme sola?

- Todos tenemos miedo de eso, sólo que no le damos mucho oído. Tú lo escuchas tanto que lo engrandeces, lo alimentas, le das poder.

- No puedo evitarlo.

- Escucha lo que te digo Ariela, no te vas a quedar sola. De eso estoy seguro.

- ¿Cómo puedes saberlo?

El amor en los tiempos del yogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora