- Yo me amo y me acepto total y profundamente - repetí tres veces con ambas manos sobre mi pecho y luego me mantuve en silencio.
Walter estaba a mi lado y me había pedido que repita mis afirmaciones en voz alta y con los ojos cerrados. Luego me pidió que empiece a anotar todo lo que había venido a mi mente en un papel. Lloré como niño en su primer día de colegio, tendiendo los brazos hacia mi maestro y él consolándome con suaves palmaditas en la cabeza.
- En la herida abierta es por dónde se cuela la luz. A veces tenemos que pasar por estas cosas Ariela, para convertirnos en una versión nueva de nosotros mismos.
- ¿Y cómo sé si esa versión nueva va a ser buena? Quizá es peor que esta, como cuando actualizas el sistema del celular y todo se friega y deja de funcionar para siempre.
- No vas a dejar de funcionar - hizo un gesto a punto de reír– confía, vas a estar bien. En unos meses vendrás aquí y me dirás: Walter, estoy feliz.
- Quiero creerte.
- Entonces créeme y ya está. Pero hay algo que no has notado. La tos. Se ha ido, lo ves - aclaró la garganta dos veces y mostró los dientes haciendo desaparecer sus ojos por completo en dos líneas horizontales.
- ¡Es cierto! - abrí la boca y levanté los hombros de golpe.
- Gané la apuesta.
- No me lo vas a echar en cara de esa manera, ¿o sí? - dije bromeando - ¿Qué clase de maestro humilla a sus alumnos?
- Un maestro que tiene la razón - soltó una carcajada y llevó ambas manos a la panza.
Parecía un papá noel místico. Su risa duró más de lo que crees y se jactó de haber ganado más veces de las necesarias. Le tomé un video mental, para repetirlo cuando quisiera. Grabé a Walter así, al natural. Para que no se me olvidara que él también era un humano, como yo.
Llevaba tres días sin hablar con Gonzalo ni Clara y eso era mucho para nosotros. Clara me había mandado varios mensajes al celular, pero no le contesté ninguno. Ella sabía que necesitaba un tiempo, sino se hubiera aparecido en casa a tocarme la puerta hasta que alguien llamara a serenazgo por el escándalo. A veces envidiaba a Clara. Para ella era fácil ser ella misma. No se medía en sus palabras, no calculaba qué iba a pasar después, pensaba en ella y se compraba sostenes raros que no tenía vergüenza de modelar afuera del probador de mujeres para pedir mi opinión.
Salí de casa de Walter pensando en todas las veces que había bajado por ese mismo elevador de la mano de Gonzalo y cómo probablemente ahora él ya no me necesitaba para subirse a ningún otro ascensor ni para enfrentar ninguno de sus miedos y fobias secretas, que ahora tenía a Clara y yo no tenía ni a uno ni a otro. Volví a odiarme por mi forma infantil de pensar y de sentir. Entré en un pequeño café a dos cuadras de la casa de mi maestro. Solía ir allí para trabajar en mi computadora, leer, reunirme con clientes o simplemente a sentarme y sufrir por mi miserable existencia mientras sorbía un jugo maravilloso endulzado con estevia y decorado con una estrella de carambola en el borde.
Abrí mi computadora e intenté viajar al mundo de vectores y filtros en el que a veces me permitía desaparecer cuando trabajaba. Mi trabajo era una de las pocas cosas en las que me sentía estable. Estaba segura de que me gustaba y que lo hacía bien. Pensar en eso me hizo pensar en Clara de nuevo. Inhale profundo y dejé caer mi cabeza. Mi frente golpeó el teclado y la máquina emitió un sonido repentino que me hizo dar un brinco y soltar un gritito que aparentemente salió de mi rincón favorito del local hasta Groenlandia. Todos se giraron a verme, unos con cara de risa, otros con cara de susto. Estoy bien, estoy bien, dije teñida de rojo vergüenza y sumergí la mirada en la pantalla.
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El amor en los tiempos del yoga
RomantizmAriela tiene 27 años y en el medio de su divorcio empieza a practicar yoga. En ese mundo empezará poco a poco a enamorarse de tres hombres completamente diferentes. Una combinación de humor y romance que te hará querer saber que pasará en el próximo...