Miénteme una, miénteme dos, miénteme tres veces, pero miénteme a la cara. Miénteme de frente y sin quitar la mirada, porque la omisión es la peor de las formas de mentir. Los bordes de mi rabia y mi tristeza se habían diluido en un degradé de rojo a azul, como un horizonte ardiendo en llamas púrpura.
Lo odiaba tanto que era obvio que lo amaba. Llegué a Agni calculando estar un poco atrasada para no tener que saludar a nadie o intercambiar sonrisas que al menos yo tendría que fingir. Me senté en el punto más alejado deseando ser invisible y luché con mi mente durante los 90 minutos que duró la clase. Que insoportable es el amor cuando ejerce su capacidad de volver un caos tu vida.
Mi mandíbula estaba tensa y un dolor de cabeza leve pero continuo invadía mi cuello y se asentaba sobre mis hombros. Cerré los ojos intentando flotar entre el canto de mantras del final de la clase y cuando hubo silencio Maharaj terminó con una frase que me hincó el pecho: Nunca te sientas solo, porque Dios siempre está contigo.
- Ariela, acércate un poco - sonrió Maharaj haciendo una mueca de ojos bien abiertos pestañeando varias veces.
- Disculpa Maharaj - respondí con una voz grave muy distinta a la mía, le hice una reverencia con la cabeza y me senté a un metro de él, al lado de las dos chicas que también habían estado asistiendo a las clases de las mañanas.
- He pensando en un nombre espiritual para cada una de ustedes. Si así lo desean, de ahora en adelante serán mis hijas y yo como un padre para ustedes, voy a protegerlas y guiarlas.
Las tres intercambiamos miradas, aún sin entender muy bien qué significaba realmente este momento, pero asentimos y sonreímos con una ilusión que iluminó todo alrededor y que me hizo olvidar por un momento la mezcla de emociones tristes que se revolvían en mi interior.
Ananda fue el nombre que me dio mi Gurudev. De ahora en adelante podía llamarlo con ese nombre. Gurudev significa algo así como maestro querido o maestrito, una forma dulce y afectuosa para referirse a tu maestro. Sentí una pequeña llamada de culpa en el corazón y le envié un largo mensaje de voz a Walter para contárselo. Le dije que él era mi primer maestro, que nunca nadie ocuparía su lugar. Su respuesta fue una brisa tosca de realidad: Tu primer maestro no soy yo, son tu madre y tu padre. A ellos le debes esa honra más que a mí, probablemente soy el tercero, o quizás cuarto o quinto. Cada maestro tiene su lugar y su momento, ninguno vale más que otro, todos llegan por algún motivo y ahora es momento que sigas adelante, deja de mirar atrás Ariela. Ya está despejado el horizonte, no eres Ariela la divorciada, no eres Ariela la miedosa. Deja de ponerte etiquetas, ¿ya viste la maravilla que tienes al frente?
Lo tomé literal y levanté la mirada. Estaba sentada en el jardín de Agni, no había nada especial al frente: las flores, un pequeño pájaro rojo y un viento fresco que traía consigo un olor a sándalo y cúrcuma. Suspiré sintiendo la ausencia de una respuesta que ansiaba encontrar y me dejé caer de espaldas sobre el pasto.
- Bonita, ¿qué haces ahí tirada?
Abrí los ojos y vi la silueta de Sham. Desde ese ángulo pegado a la tierra su altura parecía duplicarse. ¿Sham era la maravilla de la que hablaba Walter? Pero si Walter no lo conocía y yo le había hablado poco o nada de él. Además, maravilla era una palabra un poco extrema para referirse a un hombre.
Dicen que el amor es una decisión aunque parezca mentira, aunque parezca que el corazón, la mezcla de hormonas y la participación de otras partes del cuerpo aparenten decidir por su cuenta sin importar lo que nosotros queramos. La mente se muestra ajena levantando las palmas hacia arriba y en un suspiro diciendo: lo siento, no hay nada que pueda hacer aquí, estamos perdidos.
Levanté una mano pidiendo tácitamente la suya. Él se inclinó sobre una rodilla, recibió mi mano entre las suyas y besó mis nudillos. Permaneció en esa posición unos segundos y mi mente corrió hacia imágenes de un futuro pactado. Pensé que a su lado podría encontrarme con la Ariela que yo quería ser. Esa Ariela risueña y feliz, suelta de palabras y de gestos, libre de miedos asfixiantes y de poca estima propia. Pensé que realmente quería darle una oportunidad a lo nuestro, porque Sham y yo habíamos escrito algunas pocas líneas de nuestra historia de amor, pero esas escasas palabras conformaban un conjunto de algo que eventualmente podría llamarse amor.
- Me voy mañana - soltó mi mano y se acomodó a mi lado.
- ¿Te vas? ¿A dónde? - mi corazón dio un vuelco.
- A India - no me miraba al responder.
- ¿Por cuánto tiempo?
- Unos meses, tal vez un año.
- ¿Un año? - sonó el eco perturbador de mi voz.
- ¿Qué pasa? ¿Me vas a extrañar, bonita? - me miró por encima del hombro y acarició mi mentón con el pulgar.
No dije nada, como muchas veces he hecho. No dije nada cuando debí haber dicho todo, pero no era justo. Hace unos días le había dicho que quería estar sola, que no podía tener nada con él. Y Sham no merecía ser escogido por ser la mejor opción, aunque eso fuera extremadamente conveniente para mí. Cuando dejó de mirarme, dejé caer una lágrima escurridiza y la desaparecí inmediatamente con el borde de mi manga, para poder mentir tranquila.
- Extrañar no sirve de mucho - solté finalmente, emulando las palabras que mi maestro me había dicho antes de marcharse.
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El amor en los tiempos del yoga
RomanceAriela tiene 27 años y en el medio de su divorcio empieza a practicar yoga. En ese mundo empezará poco a poco a enamorarse de tres hombres completamente diferentes. Una combinación de humor y romance que te hará querer saber que pasará en el próximo...