Las muertes de varias estudiantes sacuden el campus, y todas parecen tener algo en común: Óscar, uno de los estudiantes más apuestos de la universidad... o al menos así era antes de que los rumores lo señalaran como el único y principal sospechoso...
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El apartamento de Tomás quedaba bastante lejos de la uni, aunque había una parada de metro justo enfrente de su portal. Vivía en un vecindario lleno de zonas verdes y parques, los cuales le daban bastante encanto al barrio, porque la verdad es que los edificios residenciales dejaban bastante que desear: unos tristes bloques de cemento que afeaban la visión de quien osaba entrar ahí. Su portal era de un color azul suave, casi parecía blanco. Félix pulsó el botón del piso que les había dicho Tomás que era el suyo.
—¿Sí? —dijo la voz del propietario con un tono robótico.
—Somos nosotros, abre —dijo Mia.
—Ah, perfecto, Óscar ha llegado ya hace un rato. Ahora os abro.
Sus palabras se cortaron cuando un zumbido atronador abrió la puerta y los dos jóvenes pasaron. Mientras entraban en el ascensor, Félix empezó a temblar como un flan, se notaba que estaba nervioso por alguna razón. Su amiga se percató y se dirigió hacia él:
—¿Todo bien, Feli?
—No, todo bien no. ¿Estás realmente segura de esto? ¿De verdad que es una buena idea?
—Por supuesto que estoy segura. ¿Por quién me tomas? Deberías relajarte un poco, que si las cosas se ponen mal ya me ocuparé yo, tranquilo.
—Lo que tú digas Mienne, pero a mí me parece un poco precipitado...
El ascensor paró repentinamente y en el umbral de su puerta estaba Tomás vestido con un delantal de cocina y zapatos de ir por casa. Un icono de la moda sin precedentes, vaya.
—¡Bienvenidos a mi humilde morada! Anda, pasad, que ya estamos todos.
—¿Cómo que todos...? —susurró Félix hacia Mia.
—Relájate —contestó ella mientras le daba un pellizco en el brazo.
Sin poderlo evitar, el chico encendió su móvil discretamente y volvió a encender la grabadora, algo que tendía a hacer demasiado a menudo.
Los dos entraron en silencio mientras el anfitrión les aguantaba la puerta y sonreía de oreja a oreja. No entendían por qué estaba tan contento, pero prefirieron no preguntar.
El piso, a decir verdad, era demasiado espacioso para solo una persona. Era bastante minimalista, parecía una de esas casas que salen en los catálogos de las tiendas de decoración. En el amplio salón había una mesa dispuesta de un montón de comida y refrescos, algunos ya abiertos, y al lado estaba Óscar jugando con la videoconsola de su amigo. A decir verdad, toda la comida que había preparado el anfitrión dejaba bastante mal a los dos recién llegados, que simplemente habían traído una bolsa de palomitas que guardaron en el bolso de Mia para no sacarla en toda la tarde.
La pareja se acercó a la mesa seguidos de Tomás a sus espaldas. Al llegar, se sentaron en el sofá en el que estaba Óscar sin Tomás, que desapareció al girar un pasillo.