018: El mejor cumpleaños del mundo

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No podía más

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No podía más. Tenía tanta rabia metida en el cuerpo que cuando fue a abrir la puerta y vio que el picaporte no cedía empezó a forcejearla hasta que esta salió despedida y chocó con la pared, haciéndole un desconchón a la pintura. Genial, adiós a la fianza.

A la fianza y a la parte del alquiler de Mia. Le preocupaba que el dinero que tenía ahorrado empezase a no ser suficiente para pagar el alquiler. Debería ir pensando en poner un cartel de «se alquila habitación» en una ventana o en Internet.

Cerró la puerta, esta vez con bastante más cuidado del que había tenido al abrir, se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá, boca abajo. Gruñó y empezó a patalear, ¿por qué Mia no lo entendía? ¿No veía que todo podría haber acabado desastrosamente mal?

El silencio en el piso era abrumador. No recordaba la última vez que se había quedado completamente solo en casa. Tampoco es como si Mia hiciese mucho ruido de normal, pero le gustaba escuchar el tecleo de su portátil desde su habitación.

No, no era momento de lamentarse por ella. Había sido una tozuda y una maleducada, le había hecho sentirse fatal y para postres lo había abandonado a su suerte. Igual que Óscar, que todavía no le había dicho nada.

Resopló. ¿Por qué su subconsciente le traicionaba acordándose de él?

Cómo lo odiaba. Por su culpa era que estaba pasando todo. Por su culpa estaban muriendo todas esas chicas. Por su culpa lo habían echado de la investigación. Por su culpa, parcialmente, se había peleado con Mia. Por su culpa ahora estaba solo.

Completamente solo.

El piso se le hacía inmenso. Se levantó del sofá, dio dos pasos hacia el baño y oyó el tremendo eco que causaban sus movimientos. ¿Tan vacío estaba todo?

Fue delante del espejo del baño que se fijó en todos los efectos personales de Mia. Ni siquiera se había pasado por casa para recoger su pijama, y en el bolso llevaba lo justo y necesario para salir unas horas por la ciudad. ¿Dónde iría ahora?

Se vio reflejado en el espejo y recordó el día que lo compraron entre los dos. Ella lo eligió y él lo pagó con la excusa de que todavía no le había dado un regalo de cumpleaños. Un repartidor objetivamente muy guapo, según ambos, lo dejó en el recibidor y entre los dos lo colocaron. Era la primera vez que tanto el uno como el otro hacían un trabajo de bricolaje, así que al principio la liaron bastante, haciendo un agujero de más en la pared que, por suerte, pudieron tapar con el gigantesco espejo. Cuando al final lo vieron puesto se abrazaron, se hicieron una foto juntos en él para inaugurarlo y lo celebraron con una merienda descomunal.

Era en instantes así que Félix odiaba ponerse emotivo. Maldecía tener memoria de esos momentos.

No, en verdad lo que maldecía era haberse peleado con su amiga, su mejor amiga. La chica con la que había estado viviendo como si fuesen un matrimonio desde su segundo año de carrera. La que le hacía sonreír y reír a cualquier hora del día y con la que podía debatir sobre cualquier tema, insultarse en francés sin ninguna consecuencia y acabar durmiendo juntos haciendo la cucharita.

Una mentira para Óscar [©]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora