Capítulo 4. Prejuicios.

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Xiao Zhan es fiel a sus palabras y no me vuelve a llamar señor. No es algo por lo que debería agradecerle porque, en primer lugar, nunca debería de haberme provocado así.

No vamos a felicitar la normalidad. Más faltaría.

Es fácil encontrar locales de comida abiertos cerca de las discotecas, y no tardamos en adentrarnos a una pizzería que, según él, tiene muy buenas reseñas.

"Vayamos allí, cerca del ventanal," me señala.

"¿Ahora eres claustrofóbico?" No es que me interese de verdad. Ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí. Pero bueno, los silencios me molestan aún más.

"No es tan así, pero, no sé, llevo mucho rato en ese local encerrado y ya empezaba a agobiarme."

"Supongo que tienes razón. ¿Por qué no nos sentamos fuera?"

"¿Podemos?" Pregunta, ilusionado. Lo observo atentamente.

Qué tío más infantil, de verdad.

Asiento y nos dirigimos a la terraza.

El camarero no tarda en acercarse. Joder. Yo es que no entiendo esto, ¡si hace 5 segundos que estamos aquí! ¿Cómo coño me va a dar tiempo a ver qué hay en la carta?

"Aún no..." empiezo a hablar.

"Dos pizzas de marisco con huevo frito y patata. Gracias," se apresura Xiao Zhan. El camarero coge la comanda y nos sirve dos botellas de agua.

Esto es absurdo.

"Pero a ver, ¿cómo se te ocurre pedir por mí si ni siquiera sabes si soy alérgico al marisco?"

"Porque no lo eres," dice muy seguro, mientras me sonríe.

Idiota, idiota, doble idiota.

"¿Y cómo lo sabes campeón?" Pregunto de forma sarcástica.

"Ves, me lo acabas de decir."

Esto está rozando la locura.

"Deben de haber metido algo en mi bebida. Es imposible que esto sea real," murmuro más para mí mismo.

"Qué exagerado. ¿Eres muy cabeza cuadrada, no? Relájate, que vas a morir joven así."

Lo fulmino con la mirada y creo que, por fin, se siente intimidado.

"¿Eres alérgico al marisco?" Pregunta por fin.

"No. Pero no entiendo muy bien qué es lo que has pedido, para serte sincero. ¿Huevo frito? ¿Patata? ¿Encima de una pizza?"

"Ya verás que está deliciosa," asiento y miro los alrededores. Y eso que me había prometido no hablar mucho.

O a lo mejor nunca aceptó esa parte del trato. No lo recuerdo. En fin...

No hay mucha gente por las calles, lo que es completamente normal a estas horas. Me quedo ensimismado observando las polillas bailar alrededor de las farolas. El silencio ya no es incómodo porque estoy muy, muy cansado.

"No te duermas, eh, que aún tienes que probar esta delicatessen."

"No me voy a dormir," insisto, arrastrando las letras.

"Tengo mis dudas." Lo oigo reír. Separo la vista de las luces y lo vuelvo a mirar.

El tío es alto y guapo. Hay que reconocer que físicamente está muy bien. Podría presentárselo a Mei Mei, así dejaría de molestarme. Tiene toda la pinta de que no va a parar de hablar cada vez que me vea.

Perdiendo los estribosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora