Capítulo 12

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CAPÍTULO 12
CUESTIÓN DE ORGULLO

Viktor.

Corrí temerario sin mirar atrás. Por un instante creí que iba a ahogarme por los nervios tan a flor de piel. Al llegar saqué a Freya de ese cementerio para dirigirla a una habitación más segura.

Caminé a paso ligero con su cuerpo delgado entre mis brazos. Miré a mi alrededor llegando a la ingrata conclusión de que este lugar no era seguro.

Ya no.

Había defraudado a mi familia. Por no hablar de la cantidad de veces que lo hice con Freya.

Me adentré a su cuarto. La tumbé en la cama para después desinfectar esas heridas ensangrentadas con gasas y alcohol. No ordené a nadie que lo hiciera, porque esta desgracia había ocurrido por mi culpa. Única y exclusivamente.

Mi corazón se bloqueó cuando visualicé unos moretones gigantes en sus brazos estrechos. Esos cabrones iban a violarla.

¿Y si no hubiese llegado a tiempo?

Entré en un bucle insaciable creando la turbia escena en mi mente una y otra vez.

¡Pagarán con sus vidas! —las palabras salieron disparatadas como cohete.

Inhalé oxígeno buscando sosegar mi sed de venganza. No hubo éxito. En un acto repentino e inusual, cubrí a Freya con las sábanas porque era consciente de lo mucho que odiaba el frío.

La puerta del lugar se abrió.

¿Quien tenía la poca decencia de entrar en su habitación sin llamar siquiera?

Giré mi rostro sintiendo un cabreo importante, anulando la poca sensatez que me quedaba. Sin embargo, no se me ocurrió soltar la mano de Freya bajo ningún concepto. Quedé encolerizado al visualizar a mi hermano menor. Este imbécil no aprenderá jamás. Parecía un maldito baboso tras las faldas de Freya. A las pruebas me remito.

—¿Qué coño haces aquí, Alek? —bramé irritado.

—Lo mismo que tú, Viktor. —alagó cruzando el cuarto con sus aires prepotentes. —Quería saber como estaba en cuanto he sabido lo ocurrido.

—Vete de aquí si no quieres que te eche a patadas, niñato de los huevos. —elevé mi voz.

Se carcajeó ante mi amenaza.

—Aún no es tu dama, ¿eres consciente de eso querido hermano? —sus palabras irónicas quisieron darme a entender que yo no era el único interesado en Freya. Mi hermano también la quería poseer. Y por ahí no iba a pasar.

—Quítatelo de la cabeza. —exigí sentenciándole a muerte con tan solo la mirada.

Alek se aclaró la garganta antes de contestar.

—Voy a hacerla mía, hermanito.

Su sonrisa media luna de niño mal criado me hizo levantar inmediatamente y encastrarlo contra la pared. Presioné su cuello con tantísima fuerza que palpé su nuez crujir contra mi palma. Su respiración se erradicó al segundo. Debía hacerle entender quien mandaba aquí. Y ese era yo.

—Ni se te ocurra acercarte a ella, Alek. Tampoco pensarla. Te prohíbo que vuelvas si quiera a pronunciar su nombre. —endurecí el agarre, pero su mirada seguía sin temor alguno. —Acuérdate de esto la próxima vez que tengas el impulso de escupir tonterías por esa boca de estúpido que tienes.

—Ella fue la que me buscó. —expulsó en un hilo de voz, como buenamente pudo.

Debo confesar que, mi impulso era partirle la cara aquí y ahora. Pero en el fondo, tenía razón. Quizá aquel era el motivo del alboroto sin sentido que perturbaba mis emociones. Algo nuevo para mí. Algo que jamás había presenciado anteriormente. Por lo tanto, entré en mis cabales y le solté de un empujón.

TAIPÁN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora