El rojo es mi color favorito

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Veo cómo su cuerpo desaparece por la puerta y la oscuridad del pasillo. Se aleja como una pluma al viento, y nadie le dice nada. Yo me mantengo en mi asiento, rígida como piedra, con ambas extremidades atadas a esta silla polvorienta, que cruje por cada respiración que entra y sale de mi cuerpo.

El cuarto se mantiene en silencio por un par de minutos, más no quieto, los aquí presentes mueven sus manos sobre sus estrepitosas y viejas libretas, mientras sus voces se convierten en un susurro apenas audible para los demás. A veces, sus miradas se intercalan entre yo y, la ahora, silla vacía donde el cuerpo de Christoph descansaba de manera forzada.

—Estoy 100% seguro de que el muchacho está... —Logro escuchar de uno de ellos, sin poder saber qué dice el resto de la frase. Aún así, débil y agotada de alguna manera, me preparo para escuchar algo más.

Suspiro y cierro los ojos, aprieto mis puños para mayor concentración, y dirijo mi cabeza hacia el centro de mi pecho. Ellos, delante mía, siguen con su acalorada charla.

—La chica parece estar bien. —Comenta uno de ellos. Los demás asienten convencidos.

—Es increíble que alguien como ella mantenga ese tipo de control, todos los aquí presentes sabemos cuál fue el triste final de su familia... —Dice un segundo, mi piel se eriza y no puedo evitar que un escalofrío recorra mi espina dorsal, llenándome de un frío sentimiento de amargura. Aun así, noto sus miradas puestas en mí, y cómo el volumen de sus voces bajan a medida que uno de ellos se acerca a pasos lentos hacia mi lugar.

—Oye muchacha. —Dice con un tono calmado un anciano a mi lado, tocando mi hombro. Me desconcentro por un momento, olvidando totalmente la conversación que mantenían entre ellos. Clavo mi mirada en los ojos del señor, quien me mira sonriente. —Tienes los mismos ojos que mi esposa, —dice con una sonrisa y mirada melancólica—a ella le habría encantado estar aquí, era la mejor entre nosotros.

Sonrío, pero no me permito hacerlo por mucho tiempo. No quiero ser antipática, pero no debo olvidar cuál es mi objetivo, salir de aquí.

—Los míos son falsos. —Respondo, cortante.

—Lo sé, no tienen vida.

Y sin dejarme decir nada más, se marcha de mi lado para reunirse de nuevo con su grupo. Mientras por la puerta aparece un cuerpo pequeño.

Una chica morena, de piel bronceada y larga cabellera aparece por la puerta, fijando sus ojos directamente en mí, y aunque no lo sé decir con exactitud, creo que refleja miedo y asco a partes iguales.

Con pasos lentos, arrastra sus pies por el suelo de piedra, levantado una pequeña capa de polvo que se adentra directamente en mis pulmones, haciéndome toser. Analizo su figura, es pequeña, tal vez un metro cincuenta o cincuenta y dos, su traje bordado de humo plateado y su falda por las rodillas me hace entender a la primera a qué ha venido. Trago en seco, tanto que me cuesta hacerlo, y mientras aprieto mis manos en dos puños, ella habla.

—Ya estoy aquí. —Dice en una fina voz, jugando con sus manos, quizás, no tendrá más de 18 años, pero tampoco menos de 16. Mis ojos siguen sus pasos, y ella, nerviosa, me sigue a la misma vez con su mirada. —¿Qué debo hacer? —Pregunta, esta vez hablando un poco más alto que la vez anterior.

Uno de los señores le conduce hasta su silla, la misma frente a mí, y la misma que minutos antes había ocupado el cuerpo de Christoph.

—Bien. —Dice uno de ellos, mientras otro le sujeta a la silla. —Ella es Archer, una Monterrey. Como sabrás, es la única familia real que mantiene un linaje de sangre, sólo ellos son capaces de beber sangre para aumentar sus poderes, y sólo son ellos los únicos en poder hacerlo más de una vez. —Su mirada se clava en mí, más de cuatro pares de ojos me miran directamente, algunos, recelosos. —Estás aquí como voluntaria, si deseas irte puedes hacerlo, pero fuiste la única interesada, señorita Astlley. —Mi sangre se congela al oír ese apellido, casi puedo notar el nudo subiendo por mi garganta, y la bilis que se acumula en mi pecho. Mi respiración, antes inaudible, se torna pesada, mientras mi pecho sube y baja a un ritmo acelerado.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora