Dulces sueños

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Miro hacia abajo, nadie me está viendo, es ahora o nunca.
Respiro hondo, cierro los ojos y me dejo caer, hace mucho que no hago esto y no se si funcionará.

En pleno aire oigo un grito, viene de atrás, de mi piso, siguen buscando dentro, algo que para mí es música. Con el cabello en la cara y las manos heladas aterrizo en el techo del edificio junto al mío, mis manos se machacan contra el cemento, pero no me importa lo más mínimo, en 5 segundos esas heridas ya no existirán; algo que no puedo asegurar que me pase a mí.
Bajo por el ascensor de ese mismo edificio, las calles están poco concurridas y veo como desde una esquina un hombre vestido completamente de negro con un escudo bordado en su pecho, comienza a correr detrás de mí. Lleva cubierta la cara, no con sus manos, no con una máscara, sino con un hechizo, simplemente no puedo verle la cara.

—¡Archer Monterrey, alto! —Grita uno de los tres desconocidos que ahora corren tras mí.

—¡Qué os jodan! —Grito aún más alto que ellos, mientras hago explotar una boca de incendios cerca que los coge por sorpresa. Creerían que la princesa no había aprendido nada estos años, pero claramente se equivocaban.

Corro todo lo que puedo, giro calles, estrechas, anchas, no se a donde ir.
Al girar por como sexta vez hacia la derecha me choco contra un cuerpo más alto y fuerte que yo, cayendo hacia atrás, cuando miro hacia arriba tocando mi frente para pedir perdón, escucho una voz.

—Dulces sueños princesa. —No puede ser...

No consigo ver su cara, intento ponerme de pie, prendo fuego a su ropa, e intento elevarlo todo lo que puedo. Gota a gota, la sangre cae desde mi nariz, el hombre levanta una mano dejando caer sobre mí un pañuelo, y ya no recuerdo nada más.

Me duele la cabeza, llevo una mano hacia mi nariz pero no puedo, ya no sangra, eso lo puedo notar. Suspiro.

—Joder... otra vez no. —Ya me habían atrapado antes, más de una vez de hecho, pero siempre consigo escapar de ellos, aunque esta vez parecen haber tomado precauciones.

Miro a mi alrededor, estoy en una habitación pintada de verde y rojo oscuro, con el techo pintado de negro, con un gran escudo en la parte superior, esculpido diría yo. Tengo las manos, los pies, incluso el cuello atados a la cama.

—Perdona por eso. —Dice una voz gruesa a mi izquierda, pero no puedo ver nada, ni levantar la cabeza. —Pero después de ver tu historial es mejor prevenir que curar, espero que no te importe. —Escucho una risa baja, mientras sus pasos se acercan a mí.

—Llevamos muchos años buscándote —dice una voz femenina— quien diría que una niña sabría esconderse tan bien. —Sonrío.

Ha sido un duro trabajo, pienso.

—Ya podéis entrar. —Dice la misma voz, dando dos palmadas. Se oye como se abre la puerta y dos pares de pies se mueven por la estrecha habitación. —Está atada, pero sigue siendo peligrosa— sonrío— no le hagáis daño, es valiosa.

Dos personas vestidas de negro se acercan a mí cortando las cuerdas que me retienen, brazos y piernas, todo menos mi cuello, que sigue pegado al colchón de esta cama. Levanto la mano, de esas cuatro personas solo tres siguen aquí, los tres son guardias. Mi mano se revuelve tres veces sobre el aire, se que la están siguiendo con la mirada, es inevitable pensar que es así. Con la palma en el aire empujo los tres cuerpos hacia las paredes, mientras con la mano izquierda prendo la cuerda de mi cuello. Me levanto manteniendo la mano sobre ellos, los tres están en la pared, me acerco al más alto.

—Princesa, no debe... —Dice uno de ellos con el poco aire que les puede quedar.

—Shhh... —Le ordeno.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora