Sin cicatrices no hay batalla

71 6 18
                                    

Quizás en mis sueños podría haberme sumergido en un mar de amor y ensoñación, y así vivir en un mundo donde mi mera existencia no causara un desempeño total por protegerme del resto del mundo, o por el contrario, proteger al resto del mundo de mí. Si me pidieran que produjera un sólo deseo, que este no pudiera revocarse jamás, y que nunca podría pensar en volver hacia atrás; sin duda elegiría el instante antes de nacer. Desearía no vivir, y por muy egoísta que suene querer cumplir mis propios deseos, desearía un mundo donde no haya vivido la vida, que actualmente, me ha tocado llevar.

Y es que, justo en este momento, donde el olor, el color y el sabor de la sangre me tienen clavada en mi lugar; sin saber muy bien qué hacer, me pregunto qué habría pasado si no estuviera aquí.

Al cabo de estos días he oído la palabra maldición varias veces, una maldición que se queda sujeta entre alguien de mi clan y la persona, a la que habitualmente se le llama esclavo; pero estos días he estado pensando, ¿qué ocurre conmigo? ¿Soy exclavista, o por el contrario esclava? Porque por serlo, esa debería ser yo. Esclava de la sed. Esclava de mis propios impulsos. Esclava de la sangre y del cuerpo que alberga tal mal. Desear, no solo a la sangre, sino que también hacerlo constantemente del cuerpo que la retiene. Y esa, para mí, es la verdadera maldición.

—Christoph, aléjate. —Le ordena JJ con voz autoritaria, y los ojos fijos en su dedo.

Conecto mi mirada con la suya, mis ojos viajan desde sus manos que aprietan la herida, hasta sus ojos verdes, que no se apartan de mí. A pesar de las miradas y palabras de su compañero, Christoph no se inmuta y no mueve su cuerpo del asiento ni un sólo centímetro.

—Christoph, te lo vuelvo a repetir, vete o tendremos que sacarte de aquí. —La voz de JJ sigue baja, no sube ni siquiera una octava, pero a pesar de eso, los ojos de algunos alumnos se dirigen de manera automática hacia nuestra mesa. Pareciendo que llevaban esperando este momento durante todo el tiempo que llevamos aquí.

Inevitablemente, llevo una de mis manos a los ojos, un dolor punzante se instalan en mis córneas y, por si fuera poco, las uñas de mis manos comienzan a crecer sin importar mi voluntad. Observo mi reflejo en el metal de los cubiertos, un destello rojo me revuelve la piel por dentro. Escondo ambas manos tras mi espalda, los guardias a mis lados, se retiran, quedando a extremos del banco, observando con sorpresa mi aspecto. Giro mi rostro hacia mi hombro derecho, escondiendo así mis ojos de ellos, pero aún así, el olor de la sangre envuelve todos mis sentidos permitiéndome el lujo de tomar una bocanada de aire para saborear esa deliciosa sensación. Clavo las uñas a ambos lados de mis brazos, los puntiagudos y afilados extremos dañan la superficie de mi piel, y en unos segundos ya puedo comenzar a sentir como la sangre corre por mis brazos.

Las manos de la chica junto a mí, Runa, envuelven las heridas y retiene el sangrado mientras mi cuerpo cada vez tiembla más. Intento concentrar mi mente en el dolor de las garras clavadas en mí, sin embargo, cada vez siento la presencia de Christoph más cerca de mi cuerpo. Siento cada mirada de sus ojos, como si cada dedo de su mano se paseara por mi abdomen, por mi cuello, por mis muslos, por mis manos. Como si cada respiración suya fuera un susurro de anhelo, donde implorase tenerme atada a su cuello.

—¡Sacadlo de aquí, no se mueve! —Grita Walter, quien de manera rápida se posiciona junto a Christoph y lo mantiene agarrado con ambos brazos. Los brazos de Walter se marcan bajo la camiseta negra, pero yo sólo puedo escuchar la sangre recorriendo todas y cada una de sus venas. Trago de forma pesada, las sensaciones se revuelven en mi estómago y por cada segundo que pasa, siento uno o dos puñales más clavados en mi garganta.

—¡Sacad a los monstruitos de aquí! —Oigo desde el otro lado del salón, la dueña de la voz se asusta al verme girar el rostro, ella se mantiene sonriente, pero inmóvil.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora