Más vale tarde que nunca

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El agua sale fría por los recónditos orificios de la ducha, se cala en mis huesos y los estremece de arriba a abajo, pasando por cada centímetro de mi piel. Dudo mucho estar en posición para quejarme, a veces creo que es mejor simplemente callar ante una situación que se volvería mucho más tediosa con una sola palabra saliendo de mis labios. Termino rápido, no me queda otra opción, pasar un minuto más ahí no es lo más adecuado. Salgo de la ducha, rodeando mi cuerpo con un pedazo de tela que por aquí llamarán toalla, pero que a mí, apenas recubre un tercio. Seco mi piel empapada y me visto con lo que llevaba Christoph encima, camiseta ancha, mangas largas, demasiado, negra y un pelín ajustada en la zona del pecho. Los pantalones caen desde mi cintura y de forma ligera rodeando mis caderas. Los calcetines, abrigan mis pies lo suficiente como para no saltar al sentir el suelo frío y así arropar mis piernas temblorosas descubiertas del pantalón. 

Me miro al espejo y suspiro, mi cuerpo nunca ha sido un problema, al menos no para mí, aunque a veces parecía serlo para el resto. Palabras hirientes y poco satisfactorias recorren mi mente y se esconden detrás de mi oreja. Odiaba esos motes, esas frases, esas risas, esas burlas. "Nunca serás igual de delgada que las otras, pero al menos eres simpática." ¿Simpática? Recuerdo esas palabras del primer chico con el que salí, un humano, ni siquiera me esforcé en alargar esa relación.

Alcanzo el pomo frío con la mano, la puerta parece chillar bajo mi profundo agarre y salgo soltando un suspiro cuando el ruido de la televisión, vieja y destartalada, cruza mis oídos con una voz de lo más tediosa. Al salir, con el control remoto entre sus manos, Christoph parece intentar tantear como funciona ese aparato, aunque no lo consigue y con seguridad puedo decir que está más que frustrado.

Suelto una pequeña risa al ver a un hombre adulto, grande y totalmente amenazante, con un pequeño pedazo de plástico entre sus manos. Él dirige sus ojos hacia el motivo de mi risa, y frunce aún más el ceño, si es que eso es posible. Arrastro mis pies hasta la cama, que chirría al sentarme, pero arropa mis piernas frías, y arrebato el control de sus grandes manos.

—Esto se utiliza así. —Le digo, pensando en que es más que probable que nunca haya visto una televisión, o al menos no recuerde como es que se utilizan. —Con este botón enciendes y apagas la televisión, y con este cambias de canal, cada canal es un lugar distinto en el que puedes ver distintas cosa. —Él observa con atención mientras mis dedos se mueven por encima del aparato. —Aquí subes el volumen, —el ruido de la voz del presentador se dispara, —y así bajas el volumen. —Su voz se disipa y desaparece por completo, dejando que el ruido de la lluvia se escuche más alto desde dentro.

—¿Y el resto? —Pregunta con un tono curioso en su voz, acercando todo su cuerpo a mí desde el frente de su cama.

—Es mejor que esos no los toques. —Susurro entre dientes con una pequeña risa escapando de mis labios, mientras sus dedos rozan los míos en busca del control remoto.

Christoph parece estar unos minutos tonteando con la televisión, revisando un par de programas interesantes para él, sin embargo, se aburre rápido ya que se levanta de su lugar, recoge su ropa y se dirige en silencio al baño, tan rápido como sigiloso. A veces me imagino estar en frente de él, como enemiga en potencia, y no me refiero a como cuando nos vimos por primera vez, no. Quiero sentir, ver y recrear como sería ser perseguida, de verdad, por uno de los guardianes más fieros de los últimos años. O eso es lo que me han contado siempre.

Me tumbo sobre el colchón rígido cuando su cuerpo atraviesa por completo la entrada del baño y cierra la puerta tras de sí, pero no dura mucho. Al escuchar el agua de la ducha me levanto de nuevo, pegando ambas palmas a la sábana de aspecto y tacto dudosos. Paseo mi cuerpo por el cuarto, hacia la ventana que da a la carretera vacía, el cartel luminoso y altamente irritante que parpadea desde fuera y que tiñe con un color espantoso y rojo las paredes de la habitación. Recorro rápido el cuarto de apenas cuatro metros y me veo frente a la puerta del baño, que, por lo que quizás me haya acordado recientemente desde que Christoph está dentro, no cierra del todo. Para cuando la curiosidad se apodera de mí, me veo sosteniendo el pomo con manos temblorosas, y me repito a mí misma si es para cerrarlo o abrirlo más todavía.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora