Enzo

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—Archer... Archer... —Siento unas manos zarandeando mi cuerpo. —Joder Archer, despierta... —Una presión se aloja en mi vientre, pero a penas puedo abrir mis ojos. La cabeza me da mil vueltas, me duelen todos los huesos y siento un gran nudo en mi garganta. —¡Despierta Archer!

Mi cuerpo salta como un resorte sobre el colchón. Siento una gran punzada en los ojos y sólo veo frente a mí la sombra de un chico, sentado en el mismo lugar que yo.
Es un hombre joven, veinti-muchos, de pelo castaño liso y piel color caramelo, y unos dulces ojos azules, que me sonríen justo cuando logro enfocar mis ojos en él.

—¿Y ahora quién eres tú? —Le pregunto con voz cansada, frotando mis ojos.

—¿De qué estás hablando? —Dice el chico frunciendo el ceño ligeramente mientras se levanta de mi lado, para sacudirse la ropa. Viste unos pantalones perfectamente planchados, color negro, y una camisa color rojo sangre, con su nombre bordado en la parte superior izquierda, justo en el corazón. No vislumbro su nombre, pero sí el polvo de su ropa, que sacude justo frente a mí. —¿Por qué me miras así Archer? Estás muy rara enana. —De repente, mi mandíbula se tensa y mi expresión debe ser un cuadro, ¿enana? Sólo recuerdo a una persona llamándome así. El chico se aproxima a mí, su barba de pocos días se me para frente a los ojos, mientras reclina todo su cuerpo hasta tocarme la frente con una de sus palmas. —¿Estás bien, hermanita?

Mi respiración cae a mis pies, posiblemente junto a mi corazón, que de forma pesada se ahoga en sangre haciéndome palidecer.

—¿Qué... qué es lo que acabas de decir? —Le pregunto, atónita, con un hilo de voz casi inaudible, pero que rezo porque haya escuchado.

—Vamos, ¿tan fuerte te has dado que no reconocer a tu propio hermano? —Él hombre frente a mí se ríe, una risa suave, de ojos un poco cerrados, pero feliz y divertida. —Enana, eres tan rara como siempre. —Dice saliendo por la puerta de la habitación, la misma que me dieron al llegar aquí. —Sino te das prisa papá y mamá se van a impacientar, ya sabes como se ponen si te saltas tus clases. —Sus pasos resuenan por el pasillo, unos pequeños golpes que se alejan poco a poco de mí. —¡No te envidio para nada! —Eso es lo último que oigo de su voz.

Levanto mi trasero del colchón, y con urgencia me dirijo al baño. Un gran ardor sube por mi garganta, me arde todo, la cabeza, el cuello, los ojos, y me duele cada centímetro de mi cuerpo. Tal y como si me hubiera caído de, al menos, un cuarto piso. Sin quererlo, vomito, y con una mueca de asco me miro al espejo para lavar mi cara y enjuagar mi boca con agua helada. Me repito a mí misma que esto no puede ser,  que es hora de despertar y dejar de soñar con tonterías. Hace un momento estaba con Christoph y... ¿Christoph?

¡Eso es, Archer! Christoph sabrá que está pasando aquí.

Corro hacia la salida, hoy la mansión está muy transitada y muchas personas caminan por los pasillos con urgencia hacia sus respectivas clases. Los alumnos no equiparan en mí, ni siquiera uno de ellos, sino que, centrados en sus propios problemas, a penas me sonríen al pasar. Alcanzo el primer despacho que me encuentro en pleno centro, en una placa dorada y pequeña en el marco de la puerta se encuentra tallado el nombre de la directora. Retengo un poco de oxígeno antes de entrar, y me lleno de valor y autocontrol. Llamo un instante, la madera negra resuena por mis dedos y siento un cosquilleo desde mis nudillos hasta el final de mi brazo.

Dentro, la madera blanca decora el espacio, muebles color beige claro, suelo oscuro, paredes blancas, ¿quién diría que estamos en la misma estancia? Frente a mí, hay una mujer sentada, alta y de complexión media, bien vestida y un poco encorvada mirando hacia el frente. Ella dirige sus ojos hacia mí, y con una sonrisa me pide asiento frente a ella. Todo está en silencio, no se oye ni siquiera si respiración, ni los latidos en mi escandaloso pecho.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora