Las manos pasean por mi cuerpo como si fueran pequeñas serpientes enrolladas en mis brazos. Escucho palabras, oraciones de hechizo; insultos y voces, pero a la vez, no escucho nada. En mi mente sólo queda un atisbo de serenidad que me evita saltar sobre quien esté frente a mí. Esa misma serenidad que me ayuda a mantenerme atada a la silla y quema mi cuerpo para evitar más de un derramamiento de sangre.
Mi vista se centra en el cuello de Christoph, que se tensa más por cada segundo que mi cuerpo arde, y aún con su preparación y las "eminencias" que se encuentran en la sala, ninguno de ellos parece haberse percatado que en realidad no me estoy dañando; por lo que me supongo que parte del hechizo que he hecho sigue en pie.
Mi familia tiene tres dones, tres maldiciones que nos hacen más fuertes y peligrosos que el resto de familias. Una de ellas, la sangre como fuente de poder. La segunda, la línea temporal, podemos ver a través de una persona como si fuera transparente para nosotros. Su pasado, su presente, y a veces, su futuro, pero de una forma mucho menos clara y más como una gran mancha borrosa en la infinidad de líneas de este universo, habidas y por haber. Nuestro último don, es el de crear ilusiones por medio de proyección, podemos hacer que otros vean lo que nosotros queremos que vean. En teoría, esto o un resultado similar puede conseguirse con hechizos, sin embargo, nunca de forma tan efectiva ni tampoco de manera tan fácil. Nosotros nacemos con estos dones, ellos pueden aprender, después de años, tan sólo uno.
Mis antepasados decidieron ponerle un nombre a estas maldiciones o "dones".
Anima potator, o bebedor de almas. Arrancamos sus almas a través de la sangre.
Tempus videntium, o visor del tiempo, por razones obvias.
Y por último, Maleficus, el mago, aquel que puede manipularte a su antojo.
Desde que llegué aquí, he utilizado los tres, y es algo que me repugna de sobremanera.
—¿Puedes oírme? —Mi vista se clava en los ojos del señor menudo frente a mí. Pasa ambas manos por el frente de mi rostro, pero yo apenas puedo reaccionar. —Tú a mí no me engañas... —Dice entrecerrando sus ojos, mientras con los dedos de la mano derecha rasca su barbilla y adopta una posición erguida, mirando a su alrededor. Se acerca a uno de sus compañeros, que se encuentra a un par de pasos de mí, mientras el resto observa la escena.
Christoph sigue intentando quitar las cuerdas que me atan, mientras la chica frente a mí ya no hace nada más que mirarme perpleja y a la vez asustada. Oigo como con un susurro, uno de ellos le susurra a Sbrend algo relacionado conmigo, pero no puedo saber qué es.
Sbrend da pequeños pasos hasta llegar a Christoph, y poco a poco, con pequeños toques en su hombro, llama la atención de este, que se detiene en su ardua tarea.
—Quieto chico, no puedes hacer nada. —A pesar de la mueca que hace, Christoph se aparta de mí obedeciendo las órdenes como un buen soldado real. —Hola Archer, sé que estás ahí, sé que quizás estés desesperada por salir de aquí, ¿pero de verdad crees que hacer sufrir a un guardia es lo mejor que puedes hacer? ¿No crees que es un poco cruel utilizar a un soldado para manipularnos a los demás? —Auch. —No se si sabes quien soy, o si recuerdas haberme visto alguna vez, pero yo era bastante cercano a tus abuelos, ¿y sabes qué? Sé de buena mano cuales son vuestros dones.
El hombre sonríe mientras sujeta mi mano izquierda con su mano derecha, y la gira hasta dejar mi palma al descubierto. Mira mis ojos, y con su mirada puesta en mí, escanea mi rostro.
—Sé de buena mano que no me será fácil sacarte del trance, y de lo que eres capaz, pero escúchame bien cuando te digo. Me he cruzado con más de uno de tu familia, sé cómo trataros. —La cabeza comienza a darme vueltas, me siento mareada y mis ojos pesan. Los movimientos circulares que Sbrend hace sobre mi palma me causa pesar, y no puedo permitir que me duerma.
Voluntariamente cierro mis ojos, es más que obvio que el hechizo de ilusión ya no me sirve de nada. Siento como el fuego desaparece de mi cuerpo y oigo el atisbo de oxígeno que sale los labios de más de una persona en esta habitación. Intento concentrar todas mis fuerzas en no dormirme, en sentir cada cosa a mi alrededor, pero cada vez se me hace más pesado. La habitación se torna aún más oscura y el ambiente se vuelve denso, mi pecho sube y baja al ritmo de mi corazón acelerado, y en un vuelco, con mi mente en blanco y mi cabeza gacha, dejo de respirar.
Siento el aire a mi alrededor, pero no entra en mi cuerpo, entonces ,una fragancia dulce se cuela entre mi nariz y mi boca, y me despierta por completo.
Las cuerdas que me sujetaban se hacen de espuma y me es fácil cortarlas, libero ambas extremidades, primero los brazos y luego las piernas. Sbrend se encuentra inclinado a mis pies con sus ojos muy abiertos y ambas manos a sus costados, apoyado en el suelo frío y oscuro. Acaricio mi frente, cansada, y esbozo una sonrisa mirando hacia la silla frente a mí.
Astlley se estremece ante mi mirada. Me atrevo a dar un paso hacia ella fuera totalmente de mí, me posiciono frente a ella y toco una de sus mejillas con mi mano. Mis uñas arañan la superficie de su piel, cortando una pequeña parte de ella. De mis uñas caen un par de gotas de sangre, que redirijo hacia mi boca, disfrutando del sabor. En este punto, ya no me importa ser un héroe o una villana, aunque siempre he advertido que soy una asesina que corre lejos de sus impulsos por matar.
Su sangre es dulce, con cierto sabor a vainilla, quizás a flores. No tan buena, pero si adictiva como la que más.
Una mano rodea mi brazo cuando estiro mi mano para probar un poco más, a mi izquierda, Sbrend intenta detener lo que él mismo ha provocado. Sonrío y niego con la cabeza sin decir nada. De un empujón me libero de su agarre, y con un movimiento de mis dedos índice y corazón, pego a los cincos ancianos a mi costado en la pared cerca de la puerta, de tal forma que no puedan escapar, y a Christoph, quien movilizado no ha podido reducirme, lo empujo hasta el final de la sala, alejándolo lo mayor posible de mí.
—Tus ojos... —Susurra ella asustada. Giro mi rostro hacia abajo, cerrando fuertemente los ojos. Cinco segundos después, los vuelvo a abrir algo más inquieta.
—Veamos, Astlley. —Me inclino hacia la chica flexionando mis piernas y quedando mi vista a la suya. —¿Sabes? Esto yo lo advertí, llevo luchando y escapando de situaciones de estas desde que tengo memoria, pero no, no han podido dejarme en paz. —Cierro los ojos y suspiro. —Yo puedo controlarme, puedo hacerlo, de verdad. Si no me crees, piensa que aunque esta es una de mis primeras veces, aún no te he matado. —Río —incluso te he dañado menos que estos señores de aquí, ¿y sabes por qué? Porque aunque perfectamente podría matarte, tengo algo que se llama autocontrol. Es decir, mi familia tuvo autocontrol, pero ya sabes, si incitas a un león, quizás acabe por morderte. —Suspiro de nuevo, haciendo una mueca de insatisfacción. Ella, se mantiene atenta a cada uno de mis pasos, mientras yo vuelvo a ponerme de pie.
—Mi familia no hizo nada para merecer ese final. —Comenta con asco y rabia en su voz mientras lanza su pecho hacia delante, intentando intimidar.
La observo con incredulidad y niego lentamente, mientras con pequeños pasos la rodeo en su silla.
—No te equivoques, yo nunca dije que ellos fueran los culpables. —Levanto las cejas y abro mis ojos un poco más, aún así, ella frunce el ceño. —¿No? ¿Sigues sin pillarlo? —Vuelvo a ponerme a su altura, esta vez sentándome en el suelo con las piernas cruzadas. —Verás, voy a contarte una historia.
La chica observa atentamente mi rostro en busca de la burla o el sarcasmo, sin embargo no lo encuentra. Se mantiene callada mientras mira a su alrededor, primero a los ancianos, que temerosos por mis palabras tensan sus mandíbulas, esperando a que no diga nada sobre el porqué de mi huída de este lugar. Y por último, intenta mirar a Christoph, al cual, su postura no se le permite ver, pero yo sí, lo contemplo perfectamente desde mi lugar. Christoph me mira fijamente, su rostro es tan neutral que casi asusta, todo lo profesional que pueden ser los de su rango. Y sin más, la chica asiente sin decir una palabra, dando paso para poder pronunciar las mías.
—Te advierto de que este será un cuento de lo más escalofriante, y no prometo que me iré tras contarlo.
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Esclavo de las sombras
RomanceArcher Monterrey es la trigésima cuarta hija en el linaje de los Monterrey, un antiguo, pero poderoso clan de hechiceros de Europa. Archer vive escondida de su antiguo hogar, tras la muerte de su familia, decide huir y pasar su vida alejada de los d...