La primera prenda se pega a mis muslos y los recubre con una agradable calidez, el material se siente suave bajo mi tacto y la blusa color negro envuelve mis pechos a la perfección. Me siento ansiosa, feliz y un tanto nerviosa, vestir como lo hace un guardia esta bien, pero de vez en cuando me gusta recordarme a mí misma como lo hacía antes.
—Te queda de maravilla. —Espeta la mujer. —A la perfección, casi me recuerdas a mí misma a tu edad. —Sonrío, una sonrisa genuina y por primera vez en mucho tiempo, una que no es falsa o histérica. —No podía dejarte vestida así, compréndeme, querida. —Asiento, tocando la tela de suave seda de las mangas de la blusa. —Le queda bien, ¿verdad Liam? —Este asoma su rostro por detrás de una puerta, y asiente sonriente al verme.
—De maravilla, abuela. —Le contesta el hombre de menos de 25 años.
Ambas, frente a la chimenea, examinamos el contenido de su gran maleta, llena de colores vivos, neutros y apagados. De ella, saca un vestido espectacular, mangas anchas, tela por la mitad de los muslos, color rojo, mi color favorito.
—Este te ha gustado. —Afirma ella con una sonrisa de oreja a oreja. Yo, tímida, asiento. —Ten cariño, yo ya no puedo utilizarlos, no me valen y tampoco utilizo estos colores desde que mi marido murió. —Comenta la señora Mayson con pena. Recojo el vestido entre mis brazos, adorando la tela suave de algodón. —¿Sabes qué? —Pregunta, llamando a su nieto con un gesto de cabeza, él acude hacia ella, arrastrando sus pies descalzos hasta la mitad del salón. —Llévatelos todos, para ti, no tengo una persona a quien darle todo esto, Liam no los quiere, y a mí ya no me queda nadie más.
Ella cierra la maleta, doblando su cuerpo encorvado hacia ella, subiéndola por encima de la mesa con ayuda de su nieto. Yo, atónita por su ofrecimiento, me mantengo inmóvil.
—Oh no, —lo rechazo, con un tono suave y reprimido, extendiendo el vestido hacia su pecho. Ella devuelve mis manos. —No podría aceptarlo, es demasiado. —Ella sonríe, sentándose poco a poco en el sofá tras de mí.
—Insisto. —Comenta quitando importancia a su regalo. —Para ti, allí sólo cogían polvo, nadie los querría cuando yo no esté aquí. —Pestañeo un par de veces, intentando asimilar la profunda banalidad de sus palabras ante la muerte.
—Abuela... —Dice su nieto con tono reprensivo. —Ya sabes que odio que me digas esas cosas. —Ella aletea su palma en el aire, cerrando los ojos.
—Oh, casi se me olvidaba. —La mujer mueve sus caderas, levantando con esfuerzo su peso del sofá, corriendo, o al menos todo lo que puede, hacia algún lugar del cuarto contiguo al salón. Con ella, trae un retal de tela entre sus manos. —Esto viene con el vestido, olvidaba que lo tenía guardado a parte. —La señora ata con dedos temblorosos el pañuelo en mi cabello, por encima de mi frente y anudado bajo mi cuello. La tela suave y fina roza mi cuello, el color rojo resalta mi tono de piel y echa hacia atrás los pequeños mechones molestos. —Tienes unos ojos preciosos. —Comenta la mujer, y yo no puedo evitar pensar en la ilusión que son. Ojos azules, grises, cualquier color estaría bien, ¿quién no se asustaría al ver unos tenebrosos ojos rojos?
—Muchas gracias señora Mayson. —Contesto, sonrojada ante la mirada de estas dos personas, agachando mi cabeza en una pequeña reverencia, impuesta por costumbre.
Ella me responde con la misma sonrisa, de ojos cerrados.
—No es nada querida. —Vuelve a posar su cuerpo sobre el mullido sofá, descansando sus piernas del ajetreado momento. —Y llámame Florian. ahora somos vecinas. —Yo me limito a asentir, complacida.
El sonido de la puerta retumba por la estancia, antes de poderse levantar, su nieto comienza a andar hacia ella. Ambas nos quedamos expectantes.
—¿Está aquí una chica morena, ojos claros, como así de alta? —Pregunta la voz conocida de un hombre.
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Esclavo de las sombras
RomansaArcher Monterrey es la trigésima cuarta hija en el linaje de los Monterrey, un antiguo, pero poderoso clan de hechiceros de Europa. Archer vive escondida de su antiguo hogar, tras la muerte de su familia, decide huir y pasar su vida alejada de los d...