Despierto con dolor de cabeza, llevándome una de las manos a la frente y otra a la espalda, donde un profundo ardor se instala en la parte superior de ella. No veo nada más allá que a un par de centímetros de mis pies, que se mantienen encadenados entre sí, mientras una corriente fría se cuela por una grieta de lo que creo que es una ventana tapiada.
—¿Qué cojones ha pasado? —Me digo a mí misma en voz alta, notando la garganta y los labios secos.
Me levanto como puedo, juntando ambos pies el uno al otro, y caminando con pequeños pasos por la habitación para calcular su espacio. No es muy grande. Me agacho de nuevo, y enredo las cadenas con mis dedos, intentando romperlas, pero sin fuerza alguna para hacerlo.
—Joder, estupendo. —Una risa cruza la habitación, del otro lado una voz masculina y unos pasos pesados se pasean a mi alrededor.
—Buenos días, princesa. —Una voz familiar me susurra al oído, pero evito girarme para no caer sobre mis propios pasos. —Veo que has intentado liberarte, eso quiere decir que lo que te he dado ha funcionado. —El espeso tacto de unos dedos rozan mi cuello, obligándome a apartar el rostro de su alcance.
—Liam. —Contesto con desagrado.
—¡Liam! ¿Por qué? —Ríe. —¿Por qué a mí? —Se burla, poniendo un tono sarcástico en su voz. —Dejemos las preguntas para después, cariño. —Él enciende las luces de un castañeo de dedos, permitiendo que vislumbre perfectamente su rostro. Sus ojos ennegrecidos me miran de arriba a abajo, el rojo del vestido se ha teñido de un marrón sucio, lleno de polvo y barro. —Ha sido más fácil de lo que pensé, cuando me hablaron de ti y de lo temible que eras, —acaricia mi mejilla con su dedo pulgar y yo vuelvo a apartar mi rostro hacia un lado, intentando no perder el equilibrio —como destripabas y degollabas a los hombres… —Liam finge un falso escalofrío, mientras una sonrisa cruza su rostro de oreja a oreja. —Estaba deseando verlo con mis propios ojos.
—Me das asco. —Le digo, mirando su cuerpo de arriba a bajo, intentando encontrar un buen lugar para desangrar. —Tú no sabes donde te estás metiendo. —Amenazo. —Espera que esa mierda que me has hecho desaparezca, y me vas a rogar porque te mate. —Le susurro al oído, poniendo mis pies de puntillas y saboreando el olor de su sangre. —En el pasado me contuve lo suficiente, para aprovechar al máximo cada minuto que tuviera para matar a alguien.
—Llevas aquí dos días, princesa. —Escupe Liam con narcisismo. —Puedes seguir esperando.
Dos días antes:
La puerta suena una hora después de que Christoph se ha ido. Fuera ya ha oscurecido, la lluvia no para demasiado, vuelve y se va cada pocos minutos. Los segundos pasan rápidos, mientras los minutos parecen ser eternos. Sacudo el vestido rojo y descolocado por los acontecimientos anteriores, dirigiéndome a la puerta, extrañada porque alguien llame repentinamente.
Las palabras de Christoph cruzan mi mente, y el cuidado se instala en mi cuerpo cuando echo una mirada hacia fuera por la ventana. Allí, Liam espera en la puerta con una sonrisa. Su estatura, alta y fornida sobrepasa el tamaño de la puerta, su camisa se ajusta a su torso mientras la lluvia cae poco a poco sobre él. El cabello revuelto y las posición relajada de sus hombros le hacen más amigable, y siempre tengo la seguridad de ser mucho más fuerte que él.
—Que sorpresa, Liam. —Le digo con una sonrisa.
—Hola Archer, te he visto mirar por la ventana. —Su risa inunda la casa y mi rostro se sonroja como una bola de Navidad. —Mi abuela me ha recomendado sutilmente que te invite a dar un paseo. —Le invito a pasar, a lo que él responde con un pequeño agradecimiento con la cabeza y sus manos tras la espalda. Es casi tan alto como Christoph a mi lado.
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Esclavo de las sombras
Roman d'amourArcher Monterrey es la trigésima cuarta hija en el linaje de los Monterrey, un antiguo, pero poderoso clan de hechiceros de Europa. Archer vive escondida de su antiguo hogar, tras la muerte de su familia, decide huir y pasar su vida alejada de los d...