Los pájaros que ladran de noche

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—¿Qué quieres saber? —Le pregunto sentándome al borde de la cama, con dos platos de verduras braseadas en mi regazo. Le ofrezco uno de ellos, que él acepta sin decir nada, y se sienta en el suelo helado del cuarto, a los pies de la ventana. —Puedes sentarte a mi lado, ¿lo sabes verdad? —Él desprende una pequeña risa de sus labios y asiente.

—Estoy más cómodo aquí, gracias. —Se limita a decir. —Empieza tú. —Ofrece Christoph dando un bocado a la variedad de verduras que había cocinado minutos antes.

Me quedo por un par de minutos en silencio, pensando en una posible pregunta que valga la pena mi futura confesión, pero no se me ocurre ninguna de ellas, por lo que pregunto lo primero que cruza por mi mente.

—¿Cuántas cicatrices tienes?  —Suelto como si fuera instantánea. Él cruza su mirada conmigo, con una expresión de confusión que me hace pensar que tal vez haya sido una pregunta muy estúpida. Decido atacar mi plato, esperando su respuesta, para camuflar el reciente, pero obvio momento de incomodidad entre ambos. O quizás solo soy yo.

—De todo lo que podías preguntarme, ¿eso es lo que más atrae tu atención? —Cuestiona, con un tono de incredulidad, tal vez de burla, en su voz. Observo su cuerpo sentado, con una de sus piernas, la derecha, en alto, y la otra estirada haciendo de barrera al plato que mantiene a su lado en el suelo. Me mantengo callada, con el ceño medio fruncido, es decir, tampoco es que haya sido una pregunta tan estúpida, ¿no? Él parece suspirar, dejando el cubierto en el plato, dirigiendo una mirada directa hacia mí. —No sabría contarlas, son muchas, pero las más significativas son la de mi labio, mi mejilla, mi hombro, —él ríe —hechas por alguien presente en este cuarto. —Christoph me señala con su palma, y yo solamente me limito a esconder mi rostro entre mi cabello, fingiendo comer. —Una en la espalda, casi al final, que supongo que habrás visto. Otra en el interior de mi muslo izquierdo, y la última no puedo decírtelo. —Le observo confusa ante su última declaración.

—Esto no va así, si tú se saltas detalles, yo también lo voy a hacer. —Él bufa, y rueda los ojos molesto, pero de nuevo, sin decir una sola palabra. —O me lo dices, o saltaré grandes detalles en mi historia. —Sonrío en su dirección, transfiriendo el plato desde mi regazo hasta la superficie de la mesilla. Me giro hacía él, quien sigue observando cada uno de mis movimientos. —Tú eliges.
Cruzo mis brazos, fuera está cayendo una tromba de agua increíble, que cubre el cielo de un manto gris a veces iluminado por algunos rayos que caen a lo lejos del largo bosque.

—Tengo otra, en un lugar no muy frecuente, que no puedo enseñarte porque eso iría totalmente en contra de mi ética. —Hago una mueca, aún descontenta con la información que me brinda. La poca información. —Está bien, —suspira —no puedo decirle que no a un superior… Aunque seas… tú. —Le observo mientras él se levanta de su asiento, y dirige sus ojos a todas
partes, aún pensando si debe hacer lo que quiera que va a hacer ahora. —Princesa, más te vale que mires muy bien, porque te advierto que no va a volver a suceder.

—Está bien… —Termino por decir, con cierta sospecha floreciendo desde mi garganta y con un nudo  en ella que finjo que no está.

Christoph aparta su mirada de mí y la dirige directamente al borde de sus pantalones oscuros, mientras sus manos juegan con los cordones elásticos de este. Siento el calor subir por mi cuello, hasta mis orejas, a la par que una incredulidad extrema que me hace cuestionar qué es lo que justamente estaba por pensar.

—¡Espera, espera! —Grito con sopresa, deteniendo su acción, mientras cubro mis ojos con las palmas de mis manos. —¿Qué cojones haces? —Le cuestiono, aún sin dejar de cubrir mi rostro.

—Tú eres quien me ha preguntado. —Contesta hastiado. —No voy a desnudarme para ti, ni loco. —Eso me calma y le dirijo la mirada de nuevo, se mantiene rígido en su lugar, con las manos donde las dejó hace unos segundos, y con una de sus cejas levantadas y la comisura de sus labios decoradas con un toque de repentina diversión. Christoph baja poco a poco ambos lados de sus pantalones con su mano derecha y levantando suavemente la parte izquierda de la camiseta con su otra mano, dejándome ver el inicio de una marcada V en el final de su abdomen. Un poco de vello aparece justo en el momento que él decide parar, tan solo para mostrarme una pequeña, pero profunda, cicatriz en el lado derecho de su cuerpo. —Ahí la tienes.
Le ofrezco una expresión de desagrado, que él acepta sin rechistar.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora