La libertad es un sueño del mañana

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Séptimo día en la mansión, son las ocho de la mañana, viernes. Me miro de frente al espejo, mi vista está cansada, mis ojos apenas tienen luz y mi cuerpo, magullado por alguna razón que desconozco, se mantiene todo lo erguido que puede permitirse. Llaman a mi puerta, mientras termino de anudar el último par de cordones de las botas, que antes conocía como militares, aunque ahora sean simples botas de entrenamiento.

Abro desganada. La alta y corpulenta figura de JJ se abre paso hasta donde me encuentro, y su sonrisa se dirige a mí con una corta, pero presente reverencia que le agradezco.

Viste ropa negra; pantalones negros, de una tela fina y con muchos bolsillos, una camiseta de tirantes del mismo color, a pesar de estar a finales de año y tener un frío de muertos fuera. Sus botas están bien atadas, no lleva anillos, ni pendientes, pero si un cuchillo escondido en su muslo derecho; aunque él crea que no me he dado cuenta aún. Va justamente igual que yo, salvo por el cuchillo en su pantalón.

—Bonito atuendo. —Le halago, sabiendo perfectamente que él comprendería la gracia de la situación. Me sonríe de vuelta.

—Lo mismo digo, encantador. —Contesta, sorprendiéndome el tono suave de su voz. Me quedo quieta frente a él, quien una vez ha repasado que nada falta de ésta habitación, se da la vuelta con ambos brazos pegados a ambos lados de su cuerpo. —Sígueme. —Me ordena, esta vez autoritario.

Sigo paso por paso a su sombra, las luces de la mansión se mantienen encendidas, fuera apenas hay un resquicio de luz, y las nubes consiguen ocultar lo poco del sol que ha decidido comenzar a aparecer. Decidimos atajar y salir por la puerta de servicio, esa que utilizan los guardias cuando van a hacer alguna misión, para no asustar a los demás con sus armas, según yo. Oigo el ruido de mis pasos, los suyos y la voz lejana de todos los estudiantes de la mansión, que recién comienzan su primera clase. Cuando yo estudiaba aquí, según nuestra familia, se nos asignaba un grupo de asignaturas que nos ayudarían más con nuestros dones, algunas de ellas eran obligatorias para todos, como el control de emociones individuales, o la clase de historia.

En mi caso y en el de mis hermanos, teníamos algunas clases separadas del resto, según la mansión y su directora, esto nos ayudaría a enfocarnos en "un control más exhaustivo de nuestros poderes". Aunque a diferencia de los demás, yo sólo pensaba en la forma en la que estas clases "especiales", nos dividían. Control de dones, clases de sangre, historia de nuestro clan y la más importante de todas, Rangos reales. Donde nos enseñaban qué categoría tenía cada clan dentro de lo que ellos llamaban: La Supremacía de clases. Por decirlo de manera más resumida, desde antes de la construcción de este lugar, los Monterrey éramos algo así como la realeza entre los clanes nobles, pero si me preguntas, no soy nada real.

Salimos fuera, la puerta de madera chirría al abrirse y el viento helado sacude cada centímetro de mi rostro descubierto. Las mangas, finas y ajustadas de mi camiseta apenas cubren lo suficiente para denominarlo abrigo. Bajo mis pies, la escarcha de la noche se rompe, el frío hielo resuena mientras los árboles, sin apenas vegetación, se mecen tocándose entre ellos. El lugar es amplio, un espacio cerrado dentro de otro, una especie de jardín al que cubren más murallas a un par de kilómetros de distancia. Aún así, un espacio tranquilo, el primero en días.

Nos paramos frente a un claro entre árboles, JJ saca el cuchillo del pantalón y lo tira al suelo. El metal resuena y observo cómo brilla con un oscuro tono gris.

—Desde hoy, a esta hora, y aquí, nos vamos a encontrar todos los días. Sin falta. —Comenta autoritario, situado frente a mí y con ambos brazos cruzados por encima de su pecho. —Sí no estás aquí, iré yo a por ti, es más de la confianza que han puesto en ti estos días. —Asiento, siendo lo único que realmente se me ocurre hacer. —Sigue mis pasos. —Asiento de nuevo, pareciendo que no se me ocurre nada más que hacer. JJ, en un repentino y rápido movimiento, se sitúa detrás de mí, agarrando mi cuello con la palma de su mano derecha, y su otra mano sujetando mis brazos a la espalda, agarrando mis muñecas.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora