Si el lobo no va hacia Caperucita...

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Mis ojos se centran en el pecho descontrolado de Christoph, que sube y baja como una montaña rusa. Los músculos de su cuerpo se tensan, su piel brilla debajo de la fina capa de sudor que la recorre. Mientras, su ojo izquierdo me grita apresurado, el verdor de ellos se dispara, bueno, tan solo de uno de ellos. Un clamor se refleja en sus pupilas, como si quisieran gritar, y de un momento a otro, ese flash de luz verde se disipa tan rápido como apareció. Durante un par de minutos, donde el tiempo parece estar congelado entre los dos, el espacio se reduce a tan sólo un par de centímetros, en los que el cuerpo de Christoph se mueve automáticamente, y mis manos se enredan alrededor de su cuello, que tenso, me abre paso a su garganta.

Por un momento, dudo si hacerlo, pero la sensación de desvanecimiento aumenta en mi cuerpo y no puedo resistirlo, no cuando mis uñas rozan peligrosamente su piel.

—¿Dónde lo quieres? —Pregunto, refiriéndome al corte que tengo pensado hacerle. —He pensado que quizás preferirías elegirlo esta vez. —Susurro, sonriendo mientras su expresión se muestra pasiva y atenta a todas mis palabras y acciones, casi como si no quisiera hablar.

—Todo un detalle de tu parte, aunque estas cicatrices me dan carácter, —bromea— no estoy del todo de acuerdo con tenerlas por todo mi rostro. —Asiento, mientras Christoph juega con el borde de su pantalón. —¿Podría ser en alguna de mis muñecas? —Pregunta, tendiendo hacia mí ambas manos. Yo, niego con la cabeza.

—No. —Niego igual con mis palabras, repetidas veces. —No quiero arriesgarme, no quiero que sean lugares donde la sangre corra demasiado.

—¿No te fías de ti misma, princesa? —Cuestiona, mencionando esa retorcida palabra que sabe que odio. Yo, por el contrario, bufo. —Yo te detendría. —Afirma, serio.

Sonriendo, me acerco a sus labios, manteniendo mi rostro a sólo unos milímetros.

—Claro, porque todos sabemos que eso salió muy bien las últimas diez veces, Teniente. —Él aprieta la mandíbula, mientras desde su garganta emerge un ruido grave, murmurando algo que no entiendo, quitando hierro a mis palabras. O eso creo. —¿Te parece bien si muerdo en tu hombro? —Christoph levanta una de sus cejas, curioso. —No es que por ahí pase poca sangre, y me arriesgo estando cerca de tus labios o tu cuello, pero al menos puedo controlarme lo suficiente para no quererte matar... —Un silencio se proclama e instala entre nosotros. —De nuevo...

Christoph echa a un lado su cabeza, dejando al descubierto su lado derecho, mientras ambas manos se inclinan hacia atrás en el colchón, haciendo que mi cuerpo se posicione lo suficientemente encima del suyo como para estar descansando mi palma sobre su pecho.

—Adelante, princesa. —Espeta, con una gran sonrisa en sus labios. Yo, embobada, observo y mantengo esa sonrisa, copiándola en los míos. —Guten Appetit.*

Trago fuerte la bola de ansiedad que se instala en mi garganta, la gula comienza a hacerse con todo mi cuerpo, repartiendo el hambre por cada rincón del mismo. El pecho de Christoph sube y bajo, con mi palma derecha sobre él, mientras la otra sube por su costado hasta el borde de su hombro. Inclino mi torso hacia él, pegando mi pecho al suyo, y mandando hacia atrás mis piernas, sentándome sobre mis propias rodillas. Humedezco mis labios y echo un ojo a su rostro. Sus iris, totalmente negros, no me quitan la vista de encima. Su mano izquierda se moviliza por el inicio de mi trasero, subiendo poco a poco por mi espalda, hasta dejarla entre medias. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando la punta de mis dedos rozan y agrietan su piel.

Poco a poco, con mi mirada puesta en ella, contemplo como las gotas de sangre emanan poco a poco de la herida, un olor metálico y un delicioso color se instala desde el área tegmental ventral*, que se ocupa de concederme la mayor sensación de deseo y placer posible. La boca se me hace a agua cuando el primer ápice de sabor se pasea por mi lengua, concediéndome un gran punto de satisfacción.

Esclavo de las sombras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora