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NUEVE MESES DESPUÉS

A Taila le llevó tiempo confiar en la Fuerza, pero aún más tiempo confiar en ella misma.

Lo primero que hizo tras dejar a Mando atrás fue ir de nuevo a casa de sus padres. Allí pasó algo de tiempo hasta que decidió que era hora de comenzar con su entrenamiento de verdad. Pensó que Riane iba a ser más recelosa que Rex en dejarla ir, sobre todo porque acababan de conocer que Ahsoka no iba a continuar entrenándola y de que tenía intenciones de viajar por la galaxia ella sola, pero la verdad fue que ambos aceptaron. Entendían que su hija tenía un talento que no comprendían, y que sólo ella podía buscar las respuestas que buscaba.

Así que lo primero que hizo Taila fue coger un transporte público de la Nueva República a Naboo, el planeta natal de su madre.

Riane no había vuelto desde el alzamiento del Imperio, pero tampoco habían ido después de que cayera. Ella había dicho que su hogar estaba donde estaba su familia, pero ir allí era lo que Taila podía decir que era lo más cercano a visitar sus raíces. Después de todo, los laboratorios de Kamino habían desaparecido cuando ella era un bebé.

Así que se pasó unos días visitando el planeta, viendo toda la arquitectura preciosa que aún no se podía creer que fuera real, y después visitando los pastos del planeta. Pensó en volver a la propiedad que su familia tenía en el planeta, pero decidió dejarlo para más adelante.

Fue durante esos días de turismo que Taila comenzó a olvidarse un poco de la pena que le había despertado despedirse de Grogu y Mando. Comenzó a ver con esperanza e ilusión su nuevo camino.

Con los ahorros que su madre le había dado, Taila se introdujo en el mercado de naves buscando algo en particular. Sabía que las probabilidades de encontrar la antigua nave de su madre eran ínfimas, pero sabía que alguna debía de haber, porque hacía un año había visto un anuncio de la nave.

Y la Fuerza le sonrió, porque la nave aún seguía en venta. Después de bastantes negociaciones, Taila pudo decir que el Totale era suyo. No es que fuera una nave de última generación lista para la batalla: lo había sido hacía años, pero la verdad es que le harían falta algunas actualizaciones para llegar al nivel que tenía en la antigua República.

Aun así, para lo que lo quería, le venía que ni pintado. La verdad era que la nave era espaciosa por dentro, pero lo suficientemente pequeña como para maniobrar ágilmente. Además, era de un color plateado brillante que la caracterizaba como de Naboo. Y su madre la había pilotado cuando había sido guardaespaldas de la senadora Amidala, antes de unirse al GER y conocer al padre de Taila. ¿Qué más podía pedir? Pilotaba un pedazo de su historia.

Al actualizar el ordenador de a bordo, se dio cuenta de que la nave había cambiado de comprador muchísimas veces en los últimos veinticuatro años, desde que su madre se había desecho de la nave para poder entrar en la 501. Sólo desde la vez que Taila había visto el anuncio por primera vez y Riane había confirmado la identidad de la nave, había cambiado de dueño siete veces.

Lo primero que hizo Taila fue llevarla a un taller, pero aparte de cosas rutinarias, no había nada malo con ella. El hombre que la atendió le dijo que, simplemente, las naves como aquella no habían estado mucho de moda en los últimos años.

Al parecer recordaban demasiado a los antiguos tiempos, a todo lo que se había perdido.

A Taila le pareció que aquella era una manera demasiado melancólica de ver las cosas, y que tanto a la nave como a ella les quedaban aún muchas cosas por ver, aunque ambas representaran, quizás, algo que se había perdido para siempre.

Así que Taila viajó.

Viajó por toda la galaxia e incluso investigó más allá de ella, volviendo al pasado, rescatando todo lo que podía respecto a la Fuerza antes de la República y después de ella.

Supuso que podría decir que tuvo profesores. En los nueve meses que pasó recorriendo la galaxia, se encontró con diversos individuos que le enseñaron sobre la Fuerza viva y sobre el centro, sobre el equilibrio.

Algunos eran Jedis que habían sobrevivido a la purga. Otros eran individuos sensibles a la Fuerza, como El Bendu, que residía en el planeta de Atollon y se mostró frente a Taila durante una de sus sesiones de meditación en aquel planeta, al cual ella había acudido después de recordar una conversación con Ezra Bridger, en la que él le había confesado lo que su maestro había aprendido del Bendu.

En algún momento volvió a visitar a su antigua maestra Ahsoka, y juntas fueron a ver a Grogu en una ocasión. Pero, aunque Ahsoka volvió repetidamente en esos meses, Taila no lo hizo. Luke Skywalker parecía querer llevar el camino de la Orden, y aunque Ahsoka entendió los nuevos descubrimientos de Taila, ella decidió no compartirlos con el hombre de su edad. Tampoco se acercó a Grogu, porque verla quizás le daría al niño esperanzas de ver a Mando, con quien Taila no se había vuelto a comunicar desde entonces, así que observó todo desde la lejanía.

Otros de sus maestros estaban muertos o desaparecidos completamente, como Dhejah Ernark. Taila había accedido a un holocrón con grabaciones de la antigua maestra Jedi gracias a un expadawan del templo, con la cual Taila pasó varias semanas en un planeta del borde exterior, aprendiendo lo que aquella mujer sabía. Se preguntó dónde estaba aquella mujer, o dónde había estado, porque las grabaciones eran posteriores a la caída de la Orden. Le preguntó a su compañero exiliado que de dónde las había sacado, pero él no le quiso decir nada.

Las grabaciones la introdujeron realmente a lo que era un Jedi gris. A lo que era caminar entre la oscuridad y la luz. Y fue ahí realmente que Taila comenzó a entender que sí que había otro camino diferente al de la Orden, un camino paralelo quizás, pero que aquella mujer había podido ver ya hacía veinticinco años o más.

Y Taila sintió esperanza. Porque quizás no estaba completamente perdida.

Así que siguió estudiando, esperando, avanzando poco a poco. Muchas veces se acordaba del pequeño Grogu, y aunque no estaba recibiendo la misma educación que ella, sabía que estaba en buenas manos.

Y también se acordaba de Mando. Muchas veces imaginaba cuál hubiera sido su reacción a algunas cosas con las que se encontraba, o incluso pensaba en su cara bajo el casco, esa que sólo ella y algunas personas más de la galaxia conocían, e intentaba rememorar sus rasgos.

Era algo estúpido, se repetía muchas veces. Y no porque le diera miedo darse cuenta de que había tramado una amistad con aquel hombre y que, bueno, se preocupaba por él. Gracias a su nuevo entrenamiento, ya había comenzado a aceptar esos lazos de afecto que durante muchos años había intentado rechazar, como el Código Jedi le decía.

Era simplemente que no creía que le fuera a volver a ver.

Pero estaba equivocada.

Taila comenzó a confiar en la Fuerza, y, sin que se diera cuenta, esta juntó sus caminos de nuevo.

STRUGGLE ━ The MandalorianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora