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Din no estaba de acuerdo con aquella decisión, y, sin embargo, no dijo nada al respecto. Mientras los demás mandalorianos elegían a la persona contra la que Taila lucharía, ella y Mando se refugiaron en la estrecha habitación que le habían dado a él en el escondrijo.

Aunque podrían haber dormido en la nave, aquello era una muestra de aceptación y compromiso hacia los suyos. Y Taila podía estar dentro hasta que se librara la lucha.

Din se sentó despacio en la estrecha cama. Sabía que, de compartirla, el cuerpo de Taila tendría que estar completamente pegado al suyo. Deseó tirar de ella para que se tumbaran de inmediato, que no despertaran en mucho tiempo, mientras Grogu dormía ya en su cápsula.

Pero sabía que eso tendría que esperar. La chica le dio la espalda mientras se cambiaba, pero ni siquiera le pidió que mirara hacia otra parte mientras cambiaba su ropa llena de polvo por unos pantalones y una túnica más suelta en la que luchar sería más sencillo. Se puso el sable en el cinto y se sentó a los pies de Din, de tal manera que su cabeza descansaba entre sus piernas. Él se quitó los guantes despacio, y después enterró los dedos para trenzarle el pelo en silencio.

—Sé que no estás feliz con esta decisión —susurró Taila cuando él ya había trenzado la mitad de su larga cabellera—. Sé que temes las consecuencias. Pero no voy a morir. De hecho, voy a ganar ese enfrentamiento.

Él ató el final de la trenza. Sabía que Taila estaba haciendo eso por él: para cesar la lucha entre ella y su otra familia, la que le acababa de volver a aceptar entre sus filas.

—Este es el Camino —le dijo.

Taila se arrodilló en el suelo y se giró, abrazándose a su tronco. Din la rodeó al instante con sus brazos, pensando de nuevo en cómo la piel de Taila hacía calentar su beskar.

—Ten cuidado —le pidió, aun así.

—Siempre.

Taila cumplió con su palabra. Cuando se plantaron fuera de la guarida de los mandalorianos a la hora acordada, el sol había comenzado a caer. El resto de los guerreros, incluyendo Bo-Katan y la armera, les esperaban. Fue la última la que se abrió paso entre el gentío para llamar el nombre de Taila.

Ella besó la cabeza de Grogu, quien la miraba preocupado (percibiendo el enfrentamiento) desde los brazos de Din, y avanzó hacia el centro del círculo formado por los mandalorianos.

—¿Estás lista? —le preguntó la armera.

—Sí.

Esperó a que el hombre que habían elegido se abriera paso. Paz Vizsla tocó el casco de su hijo y avanzó hacia el centro del círculo.

Taila miró el visor sin amedrentarse, aunque el cuerpo del hombre era tres veces el suyo. Din, por el contrario, sentía crecientes ganas de pasarle el niño a Bo, a su lado, y lanzarse a luchar contra aquel hombre, de hacer lo que hiciese falta para proteger a Unmel.

STRUGGLE ━ The MandalorianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora